46 OSCURIDAD Por Pancho Vega
—¿Qué fue ese ruido? ¡Despiértate! ¡Hey! Walo, despierta. Le mueve con cierta violencia. Walo abre sus ojos, aunque mantiene el uno entrecerrado. —¿Qué pasa? —¡Shh…! —susurrando—. Tengo miedo. —¿Tuviste un mal sueño? —No. Escuché un ruido allá atrás, como un crujir de hojas secas. Siento que alguien o algo está justo atrás de nuestras cabezas. Hay un olor extraño, ¿no lo sientes? —Sí, es fuerte. Es un olor animal. Cuchichean, la comunicación es lenta, están demasiado atentos a eso. <strong>La</strong> llama se ha apagado hace tiempo, solo quedan unas pocas brasas debajo de la ceniza. El silencio es total. Hay una presencia acechando en la oscuridad. Y no es nada buena. El ruido hizo que Ug se despierte, cuando se volvió a repetir se le erizaron los pelos de la nuca y los brazos, no por el frío, sino por el miedo. Más bien es terror. No se ve nada, la oscuridad es total, así abran mucho sus ojos, es como si estuvieran cerrados. Sin embargo hay un olor fuerte como a cebo mezclado con sudor seco. Falta mucho para que amanezca, y los dos muchachos solos en la espesura, aunque fuertes, se sienten totalmente vulnerables. Se incorporan lentamente. El uno toma sus armas y el otro aviva la llama, para poder ver algo, para poder encender sus antorchas. <strong>La</strong> adrenalina se vierte a mil por sus venas, el estado es de alerta máxima. Alzan y viran sus cabezas al unísono, sus ojos miran hacia arriba y a un lado, se quedan quietos. Un ronroneo allá mismo, una respiración, un jadeo, un suave y muy ronco sonido gutural no humano, les paraliza de terror. Ug clava sus uñas en al antebrazo de Walo. —¡Por aquí! ¡Vengan acá! Suban por este lado. Llegan. —Mira. Son los restos de un fuego. Aquí está su hacha, la reconozco, yo se la di, tiene sus marcas. Ni rastro de ellos. —Aquí hay algo. Obsérvalo bien, se ha lavado con la lluvia, pero estas hojas tienen restos de sangre. Bastante sangre. Huele la tierra. —No solo huele a sangre. Hay otro olor fuerte y raro allí. Se miran los ojos, al instante se les erizan los pelos. Los tres hombres sienten una pena indescriptible, la cual nunca la van a olvidar, sin embargo jamás muestran la más mínima emoción en sus rostros. Han seguido por cuatro días este rastro, buscando a sus hijos, debían haber regresado hace días a la aldea. Rastro de estos jóvenes solos, en su prueba ritual de pasaje a la adultez. Estos hombres están curtidos por el clima, las guerras tribales, la caza, y últimamente por el miedo… a la bestia. No saben cómo es, nunca la han visto, ni siquiera la nombran por temor a invocarla. Miedo arraigado que se acrecienta con este hallazgo, miedo que se hace insoportable en las noches completamente oscuras de luna tierna, y esta noche que ya mismo cae lo es. Empuñan al unísono sus amuletos, mientras hacen las señales de respeto a Gaal, el dios del bosque… —Nunca se deja ver… —Antes solo atacaba a los infantes o niños pequeños por la noche, ahora a cualquiera… —Vámonos, salgamos rápido de aquí. Estas tierras están malditas. Hasta lo pájaros se han ido. Tenemos que salir antes de que oscurezca. En marcha. Están solos los dos. No se ve nada. Así abran mucho sus ojos, es como 47