La Sirena Varada: Año II, Número 6
El sexto número de "La sirena varada: Revista literaria"
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El barrio gozaba de un orden impecable<br />
ese día. Clara salió muy temprano<br />
junto con algunas de sus vecinas<br />
para asear las calles y adornar los<br />
jardines por los que pasaría la procesión<br />
del Santo Sepulcro esa noche. Le<br />
comentó a una vecina: «Estoy contenta,<br />
hoy tendré la oportunidad para que<br />
me bendigan un Cristo, que he preparado<br />
para la ocasión». Luego limpiaron<br />
y pintaron un muro cercano, que tenía<br />
grafitis de denuncia y manchas indeseables.<br />
En la tarde rumbo a su trabajo<br />
presenció el desalojo de algunos mendigos<br />
y vendedores ambulantes, situados<br />
en el parque frente a su casa. Ella y<br />
sus vecinos, en general gente de bien y<br />
devotos, estaban cansados de denunciar<br />
su fastidiosa presencia.<br />
Clara llamó con su acostumbrada<br />
etiqueta al último cliente. El aire del<br />
consultorio le produjo escalofríos, le<br />
gustaba usarlo al máximo y con perfume,<br />
así no sudaba y apagaba cualquier<br />
mal olor. Se enfundó los guantes estériles<br />
con pulcritud y placer, contempló<br />
sus manos por ambos lados y sonrió.<br />
Se puso las gafas protectoras y el tapabocas<br />
cubriendo hasta la nariz, para<br />
realizar una higiene oral meticulosa. Se<br />
persignó mirando el crucifijo colgado<br />
detrás de la camilla. Con ademanes<br />
calculados tomó el instrumental necesario<br />
de una bandeja perfectamente<br />
ordenada y desinfectada, y prendió la<br />
luz de la lámpara con su pie. <strong>La</strong> paciente<br />
abrió la boca sin mediar ninguna orden.<br />
Clara recorrió toda la cavidad con<br />
el espejillo y el separador. Paró y sin<br />
mirarla le dijo:<br />
—Discúlpeme, señora, tiene los dientes<br />
muy descuidados. Parece que no<br />
conoce usted la seda dental y su cepillado<br />
es superficial. Tiene mucho sarro,<br />
debe cuidarse mejor. Le cuento que no<br />
hay dientes como los de Manuel, mi<br />
marido, son perfectos y blancos, eso<br />
me enamoró de él. Todos los días se<br />
los limpio con minuciosidad, para que<br />
se le conserven —se sonrió para sí—. Al<br />
principio me reprochaba: «no soy un<br />
bebé para que me asees todos los días».<br />
Pero yo insistía y como él sabía que eso<br />
me animaba, accedía. ¿Me entiende?<br />
Je, je. Luego se acostumbró, aunque le<br />
sentaba mal lo que usaba para cuidar<br />
su dentadura, es nuestra rutina secreta.<br />
<strong>La</strong> paciente abrió los ojos y se sonrojó,<br />
aunque no pudo decir nada con<br />
su boca abierta y el separador adentro.<br />
Luego de terminar la jornada, Clara<br />
cerró el consultorio con una servilleta<br />
desechable para no tocar la chapa. Se<br />
puso los guantes de calle y otro tapabocas,<br />
tendría que irse en bus, era el<br />
día de su pico y placa vehicular, que<br />
tanto detestaba.<br />
Se encontró con una vecina en el<br />
paradero, la saludó evitando todo<br />
contacto.<br />
—Hola. Otra vez nos toca coger bus,<br />
con esos pasamanos tocados por todo<br />
el mundo. Estar apretujada con esa<br />
gente, sudada y maloliente, asientos<br />
sin limpiar, ¡qué horrible!<br />
—Maní, papitas, rosquillas, pruebe<br />
señora…<br />
—No, gracias, señor.<br />
—Tranquila, es sin compromiso la degustación,<br />
sino le gusta, no me compra.<br />
—No quiero, señor, por favor<br />
—Colabóreme, está rico el maní…<br />
—¡Qué no, señor! —el vendedor se alejó.<br />
—¡Que viejo tan desagradable! —dijo a<br />
su vecina—. Con esas uñas sucias prepara<br />
el maní y estoy segura que soplará en<br />
la bolsita para abrirla, con ese aliento que<br />
le debe oler a mortecina. Ni loca compra-<br />
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