La Sirena Varada: Año II, Número 6

Un crujido reconocible llegó hasta
nosotros. La vieja escalera de madera
del pasillo solía ceder ante el peso corporal.
Casi siempre a la misma altura,
en la esquina de este piso. Nunca antes
me había parecido una distancia tan
corta hasta nuestra habitación; nunca
antes me había hecho crujir los cimientos
de mi cordura. Podían quedarnos
unos diez metros de libertad.
—¡Ven tú también! —imploré.
Aún hoy trato de descifrar aquel semblante
alterado y emocionado que me
rozó la frente con la suya, previo a su
beso en mi mejilla. Aquella última mirada
cargada de amor, y su voz contenida
de emociones, encargándome
cuidar de los niños y dándome su más
sincero te quiero. Aún hoy, me pregunto
por qué no seguí resistiéndome, por
qué no miré atrás, o de qué manera
aquella valiente mujer me insufló su
coraje y ánimo para ejercer de hermano
mayor, sujetar la mano asustada
de mi hermana menor, aguardar que
hiciera lo mismo con Nicky, y con una
renovada determinación ordenar:
—Seremos nutrias.
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