La Sirena Varada: Año II, Número 6
El sexto número de "La sirena varada: Revista literaria"
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El ascensor frenó en seco entre las<br />
plantas doce y trece. Viernes por la<br />
noche antes de un largo puente de<br />
Navidad.<br />
Él se puso histérico golpeando la<br />
puerta y gritando auxilio.<br />
Ella intentaba calmarse mientras<br />
pulsaba el botón de emergencia una y<br />
otra vez.<br />
No sonaba ni la alarma ni había nadie<br />
al otro lado de la línea. No había línea.<br />
Transcurrieron varias horas y nadie<br />
había acudido en su ayuda.<br />
Ambos sentados en el suelo, uno<br />
frente al otro y con la mirada gacha. Él,<br />
afónico de los gritos. Ella con el dedo<br />
dolorido de tanto pulsar el botón.<br />
Ninguno hablaba, perdidos en sus<br />
pensamientos. Concentrados en mantener<br />
la calma y el control de la situación.<br />
Aunque lo acertado sería decir que era<br />
la situación quien los controlaba a ellos.<br />
Se pusieron tensos al escuchar un<br />
crujido en el hueco del ascensor.<br />
Otro crujido. Una sacudida.<br />
Se levantaron de golpe. Volvieron los<br />
aporreos a la puerta de la cabina mientras<br />
se rompían las gargantas pidiendo socorro.<br />
De nuevo silencio. Transcurrió otra<br />
hora más hasta que volvieron a sentarse,<br />
vencidos sobre el duro suelo del ascensor.<br />
Costaba mantener la calma cada vez<br />
más.<br />
<strong>La</strong>s miradas esporádicas y nerviosas<br />
iban desde el uno hasta el otro, pero<br />
sin cruzarse. Todavía no se habían dirigido<br />
ni una palabra.<br />
Se levantaron, otra vez al unísono,<br />
al oír un nuevo crujido en el hueco del<br />
ascensor, preparados para una nueva<br />
sacudida.<br />
Esta había sido más larga que la anterior.<br />
Tuvieron la impresión de que se<br />
habían movido de planta.<br />
Derrotada, se dejó caer de nuevo sobre<br />
el suelo, desistiendo de continuar<br />
pulsando el botón de emergencias. Un<br />
botón del que sabía que no iba a llegar<br />
ninguna ayuda.<br />
Miró furiosa a su compañero de cautiverio.<br />
No dejaba de aporrear la maldita<br />
puerta con la garganta ya desgarrada<br />
por completo.<br />
Volvieron a transcurrir varias horas<br />
sin que nada más sucediera. Ni un crujido.<br />
Ni una sacudida. Ni una palabra.<br />
—Al menos hay luz —se dijo así misma,<br />
mirando los fluorescentes del techo<br />
de la cabina.<br />
Leyendo su pensamiento, el ascensor dio<br />
una nueva sacudida, brusca e inesperada.<br />
Esta vez descendieron dos plantas<br />
en un segundo mientras el fuerte chirrido<br />
de los frenos de la cabina contra<br />
el metal de los carriles inundaba por<br />
completo el espacio.<br />
Ahora sí gritaban los dos.<br />
Terminó como mismo empezó: de<br />
manera brusca e inesperada. Tan brusca<br />
fue, que los fluorescentes se desprendieron<br />
del techo.<br />
Oscuridad.<br />
No se habían repuesto del golpe contra<br />
suelo y paredes por el frenazo del<br />
ascensor cuando se levantaron de nuevo,<br />
golpeando desesperados con todas<br />
sus fuerzas, intentando abrir la maldita<br />
puerta que no cedía ni un milímetro.<br />
Se miraron entre ellos pero sin poder verse.<br />
<strong>La</strong> oscuridad era rotunda.<br />
El silencio terrible.<br />
—¿Por qué me quedaría terminando<br />
el maldito informe? Podría haber salido<br />
con los demás. Total, nadie lo iba a<br />
leer hasta el martes —pensó ella mientras<br />
lloraba en silencio.<br />
El martes. Se acordó del personal<br />
de mantenimiento, que seguramente<br />
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