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La Sirena Varada: Año II, Número 6

El sexto número de "La sirena varada: Revista literaria"

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‹‹Otro día asqueroso de engrudoso cielo<br />

gris destapacorchos›› retuerce para<br />

sí mismo Lutfin refiriéndose a todo.<br />

Espera malhumorado sin percatar que<br />

su alta sombrilla ha quedado atascada<br />

entre la línea eléctrica. Llega Parpara.<br />

Ambos entran estorbándose al Zar<br />

Malva, una insalubre fonda de lo mejor<br />

que puede encontrarse en la ciudad.<br />

Hay un montón de cristales rotos en el<br />

suelo. Se instalan en la primera mesilla<br />

circular, junto al hueco de ventana.<br />

—Perdón por el... los inconvenientes —dice<br />

el empleado zafando la vista; y se queda ahí<br />

parado sin verlos.<br />

—¿Cómo están los pequeños engendros?<br />

—suelta Lutfin a Parpara—. ¿Recibieron<br />

las postales?<br />

—No lo sé. No hay tales.<br />

—¿Quién sabe?<br />

—... pues no, no las hay.<br />

Presionado por la gigantesca sombra<br />

de la cocina que advierte traspasar<br />

los umbrales de su guarida, el camarero<br />

presta sus servicios y ofrece presto el<br />

menú acelgado de temporada.<br />

—¡Córtame un dedo! ¿Qué es está<br />

porquería?<br />

—¿Disculpe?<br />

—Quiero las cebollas campesinas... y<br />

un vaso bien nutrido de sake —Lutfin<br />

ordena contentón.<br />

—Para mí la trucha marrón a la plancha<br />

con una naranjada sin hielos. Este<br />

clima va a matarnos; mató a mis padres,<br />

a mis hermanas y hermanos, sin<br />

mencionar a los abuelos y a los abuelos<br />

de mis abuelos... a mi esposa...<br />

—Creí que se había alejado de aquí<br />

tan pronto te dejó.<br />

—Ah, sí. Eso pasó. De cualquier forma<br />

debe estar muerta, donde quiera que<br />

esté.<br />

Risa nasal<br />

—¿Y sigues correteando polluelas?<br />

Debo decirte que no te queda el papel...<br />

eres viejo, inmaduro, irritable, infiel, y<br />

no olvidemos tu falta de tacto 1 .<br />

—Pues algo a mi tendrías que aprender.<br />

Por lo menos yo aparento sentir.<br />

—Quisiera saber qué no aparentas.<br />

Es para ti un deporte. En lo personal,<br />

prefiero ser perseguido a perseguir... y<br />

adoro las tipas simples y grises.<br />

Los platillos y sus respectivas bebidas<br />

fueron depositados frente a los comensales.<br />

—...o tú qué opinas, cachorrín?<br />

—¿Se refiere a mí? —señalando su<br />

persona, el camarero, Yoruba, mira a<br />

su interlocutor—. ¿Es a mí? —mira ahora<br />

a Parpara que lo mira también, a la<br />

vez que se columpia en su banco de<br />

mimbre y acicala su bigote bombacho<br />

de sheriff, lacio y perfectamente bien<br />

cepillado—. ¿Sobre cuál asunto, señor?<br />

—Iniciativa.<br />

Yoruba se queda perplejo piquiabierto.<br />

—Yo, yo, yo... no lo he pensado... estoy<br />

casado.<br />

—¡¿Casado!? ¿Quién lo diría? Te ves<br />

tan verde... y ya has volado del nido.<br />

—No, no exactamente.<br />

—¡Uh! ¡Terrible! Mala idea, muchacho,<br />

juntar a dos mujeres en la misma pecera.<br />

—Se equivoca... son cinco. También<br />

están mis abuelas y mi hija.<br />

—Oiga usted esto, señor Parpara, es<br />

horror de calidad. No contento con un<br />

mal empleo, regresa a casa a bucear<br />

entre pirañas.<br />

El iris rubí de Yuruba arde intensamente.<br />

—No soy el único varón, también está<br />

mi hijo, además se aloja con nosotros<br />

un tío... y un amigo que va de paso.<br />

—¡Vaya circo!<br />

Yuruba tiembla de rabia. Sin embargo<br />

los clientes se muestran indiferentes<br />

y vuelven a retomar su conversación.<br />

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