La Sirena Varada: Año II, Número 6

pabocas. Frotó minuciosamente sus manos
con jabón líquido y luego, se lavó de los dedos
hacia el codo. Se secó con el vaporizador
y se dirigió a su cuarto. Antes de entrar miró
el crucifijo que estaba sobre el marco de la
puerta, se persignó, oró y siguió:
—Hola, mi amor, te cuento que hoy
un joven muy atractivo y pulcro, me
tendió su mano como todo un caballero
al bajar del bus. Me miró de manera
muy cortés, pero me hizo ruborizar.
¡Aún tengo atractivo! —lo miró y sonrió—.
No acepté su mano, la tuya es la
única que me puede tocar. Antes me
ofrecieron una degustación de un maní
que se veía delicioso, por supuesto no
acepté. Mi boca solo es para ti.
Tomó la mano rígida de Manuel, extendida
sobre el travesaño. Sus uñas largas
y sus dedos un poco huesudos, estaban
fríos por el aire acondicionado del cuarto.
—Te calentaré con mis pechos.
Se quitó su ropa y la colgó con esmero.
Se le acercó. Paseó la punta de sus
pezones por su mano y por su pecho.
Se sentó encima, se produjo un leve
crujido. Miró sus orbitas, acarició su cabello
y un mechón quedó en su mano.
—Hoy es un día muy especial para ti.
Observó sus dientes blancos y descarnados.
Aspiró hondo para contener
su respiración. Aproximó los labios a su
comisura, cerró los ojos y lo besó con
ternura. Como solo se puede besar un…
25