La Sirena Varada: Año II, Número 6

porque para entender las historias del
futuro se necesitará haber consumido
las del presente.
Hemos entrado, sin duda, a la era de
la tecnología, pero también a la era de
las narraciones visuales.
El hecho de que las series de televisión
lideren el mundo de la ficción
implica que las demás artes narrativas
encuentren modos de contar, más que
originales, únicos. Historias que sólo
ellas puedan narrar.
Un ejemplo literario podría ser El
principito, narración que, curiosamente,
también ha homologado la edad de
sus lectores. Esta es una historia que
sólo la literatura puede contar (a pesar
de las adaptaciones cinematográficas
que existan) porque las palabras, el
modo en cómo están acomodadas, su
sencillez y sus vacíos, son parte del eje
narrativo. Los espacios en blanco no los
puede reproducir ninguna cámara y son
un elemento exclusivamente literario.
La literatura aventaja a la cinematografía
al entregarle al lector el derecho
a imaginar en su estado más puro, porque
el lector, a diferencia del espectador
de series, lo construye todo.
Imaginar es un acto inventivo y personal,
la construcción de un espacio o
de un personaje se elabora en la mente
del lector con particularidades que no
se pueden reproducir en ningún otro
imaginario. Mientras que el cine y las
series concretizan colores, vestuarios,
voces, el lector, en su lugar, pone se voz
a la de todos los personajes de un libro,
incluyendo al narrador. Se constituye
así en el narrador más importante: sin
él la historia no existe.
La periodista Leila Guerrero en su artículo
Facebook reproduce un tuit que
decía (con respecto a las redes sociales):
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