desde la izquierda: Un pan de larga fermentación en Bob’s Well Bread Bakery. Bryan Babcock y Lisa Boisset Babcock con su perro, Dakota, en Babcock <strong>Wine</strong>ry. página opuesta: La paella de vegetales mixtos en Loquita (receta en pág. 104). (atrayendo a nombres importantes como al sommelier Rajat Parr, quien se mudó aquí para abrir Domaine de la Côte junto a Sashi Moorman), los viticultores locales siguen abordándolo de forma experimental, señala Babcock. “Todavía tiene esa sensación del Viejo Oeste; Santa Bárbara es disidente. Aquí pareciera que ‘todo vale’.” Dado que el área es aún rural, es difícil para las bodegas abrir salas de cata grandes en sus viñedos. Muchas carreteras aún no están hechas para sostener un aumento en el tráfico, y los habitantes frecuentemente bloquean el desarrollo. Para los productores más pequeños, una sala de cata en el centro de alguno de los pueblos es una opción más fácil y rentable. Para tener la oportunidad de probar una amplia variedad de los vinos que se producen en el condado me dirijo a Los Olivos, un pequeño poblado lleno de edificios al estilo del Viejo Oeste que ha sido transformado por completo gracias al turismo vinícola: el centro, con tres cuadras de largo por dos de ancho, es hogar de alrededor de 30 salas de cata. Me quedé en el pequeño Fess Parker <strong>Wine</strong> Country Inn. El hotel es parte del Fess Parker <strong>Wine</strong>ry & Vineyard, un negocio familiar que ha hecho vinos aquí desde 1988. “Existen estos pequeños pueblos en el condado de Santa Bárbara que le dan al área un carácter especial”, asegura Tim Snider, el presidente de la bodega. Snider compara a la región –un lugar rural con diferentes áreas de cultivo y un tráfico de turistas en aumento– con Sonoma hace 20 años. Los vinos Fess Parker ofrecen un buen vistazo general a lo que el condado produce, de granche blanc a ligeros pinot noir o a brut rosé espumoso. Las otras bodegas en el pueblo cierran la pinza: sobre la misma calle se encuentra la sala de cata de Stolpman, donde encuentro grenache, sangiovese y una mezcla llamada La Cuadrilla, hecha por y para los trabajadores de los viñedos y fue diseñada, según me dicen, para maridarse con carne asada. Entre las salas de cata hay boutiques y galerías de arte, evidencia de que la influencia de turistas con poder económico está logrando un boom no sólo en la parte vinícola. (Me da gusto ver, sin embargo, que no todos los negocios locales han sido desplazados; Jedlicka’s, el lugar preferido en todo el condado para comprar botas vaqueras y Wranglers, sigue ofreciendo sus servicios a rancheros y granjeros.) Esta actividad económica también está ayudando a la escena gastronómica. A pocos kilómetros de ahí, en el pequeño poblado de Los Alamos, comí muy bien en Bob’s Well Bread Bakery. El restaurante, ubicado en una antigua estación de gasolina, ofrece desayunos como Egg-in-a-Jar, el cual combina puré de papa morada, queso Gruyère y un huevo pochado, acompañado por deliciosos panecillos 100 MAYO <strong>2020</strong>
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