UNA HISTORIA HECHA EN CASA ¿CÓMO ES POSIBLE QUE SIN IMPORTAR LA ÉPOCA O EL LUGAR DONDE PROVENGA, LA COCINA DE MAMÁ SIEMPRE NOS HACE SENTIR BIEN? NO IMPORTA SI ES UN GUISO DE 48 HORAS DE COCCIÓN O UNA SOPA DE LATA ‘CON SU PROPIO TOQUE’, LO QUE LAS MAMÁS LLEVAN A LA MESA ALIMENTA MÁS QUE NUESTRO ESTÓMAGO.
CONSTRUIMOS UNA LÍNEA DEL TIEMPO, ENTRE 1920 A <strong>2020</strong>. CIEN AÑOS QUE CUENTAN CÓMO HA CAMBIADO LA COCINA CASERA (UN REFLEJO DEL ESPÍRITU DE CADA ÉPOCA Y DE CAMBIOS SOCIALES, POLÍTICOS Y CULTURALES). CIEN AÑOS DE COSTUMBRES QUE CAMBIAN, AUNQUE VOLVAMOS SIEMPRE A BUSCAR EN CASA, EN LA ‘COCINA DE MAMÁ’, LA COMIDA DE CONFORT. 1920 - 1940 DEL HUERTO A LA MESA ¿QUÉ ESTABA SUCEDIENDO? Las frutas, verduras y animales de granja no modificados eran parte de la dieta de 1920. Aunque la revolución industrial trajo a la mesa alimentos enlatados y empaquetados que entonces empezaban a asomarse en los anaqueles de los recién nacidos supermercados. Los frutos más palpables fueron productos creados para el consumo a nivel masivo y de precios bajos como el Wonder Bread (1921), el Kool Aid (1927), la popularización de los cereales Kellogs (1922) y la Coca Cola (1915). Todos estos productos, que eran sinónimo de modernidad, eran accesibles para la mujeres norteamericanas de la época. Pero en México la situación era distinta, estaba enmarcada por el fase final de la Revolución Mexicana —y la presencia de conflictos armados y políticos–, así que los panes rebanados y refrigerios fríos no llegaban con facilidad a nuestro país. Para el mexicano promedio, la alimentación era una cuestión anclada a la supervivencia. El menú se planeaba con lo que había al día. DE VIVA VOZ Concepción Ríos vivía en Reynosa, Tamaulipas, en 1930. Ella estaba a cargo de toda su familia que, como muchas otras, tenía recursos económicos muy limitados. Ella cocinaba en estufa de leña lo que había en el mercado: un poco de carne y tortillas de harina; le echaba más agua a los frijoles para que rindieran. A pesar de estar muy cerca de Estados Unidos, y sus verduras o frutas sólo aparecían como regalo por parte de los familiares que vivían en La Huasteca.“De chiquilla me cruzaba el Río Bravo nadando y me robaba las sandías de los huertos americanos, eran muy grandes y frescas,” relata Rosa Martha, su hija. Con esa fruta y la que les regalaban hacían conservas de durazno, manzana y ciruela. Además, Concepción hacía carne seca, chorizo y panes de sal. Todos los animales se aprovechaban y absolutamente nada se podía desperdiciar. Ya para los años 40, Guadalupe —el hermano de Concepción— inspirado en los primeros refrigeradores que llegaban a México, ponía una caja de madera con lámina y un bloque de hielo para conservar los básicos: leche y carne. Los que tenían los recursos viajaban a McAllen a comprar pan rebanado, Coca Cola y jamón Virginia. Pero para la población general la milpa y la ganadería eran el sustento de su alimentación. Las clases sociales estaban muy marcadas. En el libro Historia Gastronómica de la Ciudad de México, Salvador Novo cuenta que, en 1940, a pesar de que se mantenía el consumo de huertas y chinampas para la comida de diario, los cafés y centros de diversión ya servían otro tipo de platillos y bebidas alcohólicas. Mientras tanto, en el Reynosa de la década de los 40, ‘El Market’ era una tienda de abarrotes, donde las mujeres conseguían frutas, verduras y algunos empaquetados. Concepción, como muchas mamás de la época, cocinaba lo que estaba disponible con productos frescos y orgánicos. Si acaso se colaba una Coca Cola en la mezcla. El fin era alimentar a las familias con guisos ricos y que rindieran para todos.