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La sociedad del espectáculo

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<strong>La</strong> <strong>sociedad</strong> <strong>del</strong> <strong>espectáculo</strong><br />

Guy Debord<br />

número cada vez menor de manos, el capitalismo expropia la participación<br />

de las muchedumbres de espectadores y la concentra en<br />

un número cada vez más reducido de protagonistas: multimillonarios,<br />

vedetes, políticos, o sea, figuras mediáticas que representan<br />

ante multitudes pasivas.<br />

3<br />

<strong>La</strong> ocasión hace al ladrón, y a veces al libro. Aparece <strong>La</strong> <strong>sociedad</strong><br />

<strong>del</strong> <strong>espectáculo</strong> en 1967, como expresión de una protesta juvenil y<br />

preámbulo de un Mayo Francés igualmente simbólicos. Los jóvenes<br />

lucían cabello largo, indumentarias coloridas y desarrapadas. Los<br />

contestatarios se expresaban en el estilo caro a los “situacionistas”,<br />

pintarrajeando muros con consignas fulminantes: “Prohibido prohibir”,<br />

“<strong>La</strong> imaginación al poder”, “Los que hacen revoluciones a<br />

medias cavan sus propias tumbas”.<br />

Marchas y contramarchas esencialmente alegóricas dejaron<br />

apenas tres muertos: un infeliz policía que cayó bajo su caballo, el<br />

régimen de De Gaulle, quien renunció poco después tras ser derrotado<br />

en un referendo, y la propia izquierda, que por no atreverse<br />

a completar la Revolución cavó su propio sepulcro de mediocres<br />

claudicaciones. Quien reduce su rebelión al <strong>espectáculo</strong>, termina<br />

dando la cómica.<br />

4<br />

El libro de Debord debe ser por tanto leído con espíritu crítico y<br />

autocrítico. Desde su publicación, nos han convencido de la validez<br />

de sus asertos medio siglo de políticos telegénicos, guerras excusadas<br />

con falsos atentados, excomuniones y beatificaciones televisivas,<br />

golpes de Estado mediáticos y estratificaciones sociales<br />

consagradas por el consumo ostensible. Así como el capitalismo<br />

confisca los medios de producción, su superestructura requisa la<br />

realidad. De la misma manera en que el capitalismo provoca cada<br />

vez más graves crisis de sobreproducción material, sus aparatos<br />

ideológicos precipitan crisis de sobreproducción simbólica hasta<br />

la incredulidad generalizada y la anomia conceptual, vale decir, la<br />

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