La sociedad del espectáculo
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<strong>La</strong> <strong>sociedad</strong> <strong>del</strong> <strong>espectáculo</strong><br />
Guy Debord<br />
amada. Ahora ya no promete nada. Ya no dice: “Lo que aparece es<br />
bueno, lo que es bueno aparece”. Dice simplemente: “Es así”. Reconoce<br />
abiertamente que en lo esencial ya no es reformable, aunque<br />
el cambio sea su naturaleza misma, para empeorar cada cosa particular.<br />
Ha perdido todas sus ilusiones generales acerca de sí misma.<br />
Todos los expertos <strong>del</strong> poder y todos sus operadores están<br />
reunidos en permanentes consultas pluridisciplinares, si no para<br />
hallar el medio de curar a la <strong>sociedad</strong> enferma, por lo menos para<br />
prolongar su aparente supervivencia hasta donde se pueda, hasta<br />
el coma irreversible, como se hizo con Franco y con Bumedián. De<br />
manera más rápida y más sabia concluye una vieja canción popular<br />
de Toscana: “E la vita non è la morte, / E la morte non è la vita. / <strong>La</strong><br />
canzone è già finita”.<br />
Quien lea atentamente este libro verá que no ofrece ninguna<br />
clase de garantías sobre el triunfo de la revolución, ni sobre la duración<br />
de sus operaciones, ni sobre los arduos caminos que habrá<br />
de recorrer, y menos aún sobre su capacidad, a veces exaltada a la<br />
ligera, de aportar a cada uno la felicidad perfecta. Mi concepción,<br />
que es histórica y estratégica, menos que ninguna puede considerar<br />
que la vida habría de ser un idilio sin dolor y sin mal, por la<br />
sola razón de que así nos agradaría; ni, por tanto, que la maldad<br />
de unos cuantos propietarios y jefes sea responsable por sí sola<br />
de la desdicha de la mayoría. Cada uno es hijo de sus obras, y tal<br />
como la pasividad se hace la cama, así se acuesta. El resultado más<br />
importante de la descomposición catastrófica de la <strong>sociedad</strong> de<br />
clases es que, por primera vez en la historia, se haya superado el<br />
viejo problema de saber si la masa de los hombres realmente ama la<br />
libertad: pues ahora se verán forzados a amarla.<br />
Justo es reconocer la dificultad y la inmensidad de la revolución<br />
que aspira a establecer y conservar una <strong>sociedad</strong> sin clases.<br />
Esta revolución puede comenzar con bastante facilidad en donde<br />
sea que unas asambleas proletarias autónomas, sin reconocer<br />
ninguna autoridad fuera de ellas mismas ni propiedad de nadie, y<br />
colocando su voluntad por encima de todas las leyes y de todas las<br />
especializaciones, vayan a abolir la separación de los individuos,<br />
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