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la era del diamante.pdf

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más encantamientos. Un camino que serpenteaba<br />

por otra colina hacia un castillo en ruinas.<br />

Los adultos en su mayoría permanecieron a<br />

bordo de <strong>la</strong>s naves aéreas y les dieron a los niños<br />

unos minutos para desahogarse, aunque podía verse<br />

a lord Finkle-McGraw caminando hacia <strong>la</strong> At<strong>la</strong>ntis,<br />

golpeando curioso el suelo con el bastón, como para<br />

asegurarse que <strong>era</strong> digno de ser pisado por pies<br />

reales.<br />

Un hombre y una mujer bajaron <strong>la</strong> pasare<strong>la</strong><br />

de <strong>la</strong> At<strong>la</strong>ntis: con un vestido floral que exploraba <strong>la</strong><br />

difusa front<strong>era</strong> entre <strong>la</strong> modestia y el confort estival,<br />

acompañado de un parasol a juego, <strong>la</strong> Reina Victoria<br />

II de At<strong>la</strong>ntis. Con un elegante traje beige, su<br />

marido, el Príncipe Consorte, cuyo nombre <strong>era</strong>,<br />

<strong>la</strong>mentablemente, Joe. Joe, o Joseph como se le<br />

l<strong>la</strong>maba en circunstancias oficiales, bajó primero,<br />

moviéndose con el ritmo algo pomposo de un-pasopequeño-para-un-hombre,<br />

luego se volvió hacia Su<br />

Majestad y le ofreció <strong>la</strong> mano, que el<strong>la</strong> aceptó<br />

graciosa pero lig<strong>era</strong>mente, como si quisiese<br />

recordar a todo el mundo que había sido alumna de<br />

Oxford y que había quemado <strong>la</strong> tensión de los

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