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la era del diamante.pdf

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No habían encontrado <strong>la</strong> forma de hacer que<br />

los anuncios apareciesen frente a <strong>la</strong> cara, así que<br />

mantuvo una dirección más o menos consistente en<br />

medio de <strong>la</strong> calle hasta que saltó una barr<strong>era</strong><br />

absorbedora de energía al final y desapareció en el<br />

bosque. Harv <strong>la</strong> siguió segundos después, aunque sus<br />

brazos no le permitían saltar, así que acabó cayendo<br />

ignominiosamente desde lo alto, como un<br />

autopatinador que no hubiese visto <strong>la</strong> barr<strong>era</strong> y que<br />

se pegaba de frente con el<strong>la</strong>.<br />

—Nell —gritaba mientras caía sobre el<br />

colorido montón de material de empaquetamiento<br />

recic<strong>la</strong>do—. ¡No puedes quedarte aquí! ¡No puedes<br />

estar en los árboles, Nell!<br />

Nell ya se había abierto paso al interior <strong>del</strong><br />

bosque, o al menos todo lo profundo que se podía<br />

llegar en los estrechos cinturones verdes que<br />

separaban entre sí los Territorios Cedidos. Se cayó<br />

un par de veces y se golpeó <strong>la</strong> cabeza con un árbol<br />

hasta que, con adaptabilidad infantil, comprendió<br />

que aquel<strong>la</strong>s superficies no <strong>era</strong>n p<strong>la</strong>nas como el<br />

suelo, <strong>la</strong> calle o <strong>la</strong> ac<strong>era</strong>. Los tobillos tendrían que<br />

demostrar algo de versatilidad. Era como uno de

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