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la era del diamante.pdf

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a entender que en ocasiones había trabajo para<br />

alguien como él. Se ade<strong>la</strong>ntó alerta. Nell se<br />

aprovechó de eso para escaparse de su espalda.<br />

—Perdóneme, señor —dijo—, no estamos<br />

aquí buscando trabajo ni cosas gratuitas, sino para<br />

encontrar a alguien que pertenece a esta phyle.<br />

El condestable se arregló <strong>la</strong> túnica y se<br />

cuadró de hombros ante <strong>la</strong> aparición de aquel<strong>la</strong><br />

niñita, que tenía aspecto de tete pero que hab<strong>la</strong>ba<br />

corno una vicky. La sospecha dejó paso a <strong>la</strong><br />

benevolencia, y deambuló hacia ellos mientras<br />

gritaba algún insulto a los perros, que<br />

evidentemente sufrían de graves pérdidas auditivas.<br />

—Muy bien —dijo—. ¿A quién buscáis?<br />

—A un hombre l<strong>la</strong>mado Brad. Un herrero.<br />

Trabaja en un establo <strong>del</strong> Enc<strong>la</strong>ve de Nueva<br />

At<strong>la</strong>ntis, cuidando de los caballos.<br />

—Le conozco bien —dijo el condestable—.<br />

Será un p<strong>la</strong>cer telefonearle en vuestro nombre.<br />

¿Entonces... sois amigos suyos?<br />

—Nos gustaría creer que nos recuerda con<br />

amabilidad —dijo Nell. Harv se volvió y le hizo un

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