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la era del diamante.pdf

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en el cerebro. Se sentó con calma en el suelo, cerró<br />

los ojos y murió en esa posición.<br />

—No es muy caballeroso —dijo el coronel<br />

Napier disgustado—. Supongo que tengo que<br />

agradecérselo a algún burócrata en Nueva Chusan.<br />

Un recorrido cauteloso por el edificio reveló<br />

varios Puños más que habían muerto <strong>del</strong> mismo<br />

modo. Fu<strong>era</strong>, fluía <strong>la</strong> misma multitud de refugiados,<br />

mendigos, peatones y ciclistas cargados, tan<br />

imperturbable como el Yangtsé.<br />

El coronel Napier no volvió al local de<br />

madame Ping a <strong>la</strong> semana siguiente, pero madame<br />

Ping no le echó <strong>la</strong> culpa a Nell por <strong>la</strong> pérdida.<br />

Al contrario, a<strong>la</strong>bó a Nell por haber<br />

adivinado correctamente los deseos de Napier y<br />

haber improvisado tan bien.<br />

—Una buena representación —dijo.<br />

Nell realmente no había consid<strong>era</strong>do su<br />

trabajo como una representación, y por alguna razón,<br />

<strong>la</strong> elección de pa<strong>la</strong>bras de madame Ping <strong>la</strong> provocó<br />

de una forma que <strong>la</strong> dejo despierta hasta muy tarde,<br />

mirando a <strong>la</strong> oscuridad sobre su camastro.

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