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la era del diamante.pdf

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—Eso está bien. La habilidad de seguir<br />

ordenes es útil, especialmente si vives con un tipo<br />

acostumbrado a dar<strong>la</strong>s. —Viendo que Nell tenía una<br />

expresión terriblemente seria en <strong>la</strong> cara, el<br />

condestable resopló y pareció exasp<strong>era</strong>do—. ¡No te<br />

preocupes! No importa realmente. Tienes amigos en<br />

sitios altos. Es sólo que intentamos ser discretos. —El<br />

condestable Moore le dio a Nell una taza de cacao.<br />

El<strong>la</strong> necesitaba una mano para el p<strong>la</strong>to y otra para <strong>la</strong><br />

taza, así que se sacó <strong>la</strong> mano de <strong>la</strong> boca.<br />

—¿Qué te has hecho en <strong>la</strong> mano?<br />

—Me he cortado, señor.<br />

—Déjame ver<strong>la</strong>. —El condestable cogió <strong>la</strong><br />

mano y apartó el pulgar de <strong>la</strong> palma—. Un buen<br />

cortecito. Parece reciente.<br />

—Me lo hice con sus espadas.<br />

—Ah, sí. Las espadas son así —dijo ausente el<br />

condestable, luego inclinó <strong>la</strong>s cejas y se volvió hacia<br />

Nell—. No lloraste —dijo—, ni tampoco te quejaste.<br />

—¿Les quitó todas esas espadas a los<br />

<strong>la</strong>drones? —dijo Nell.

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