Te presto mi Stradivarius, de Gloria Gitaroff

Te presto mi Stradivarius
42.
Se lo contaba a todo el mundo, sin excepción, lo de escribir un libro
con Omar, incluso se lo conté a Héctor, un conocido de Fernando
que encontré por casualidad en la calle.
Me dijo que era una coincidencia increíble, porque justamente estaba
necesitando alguien para ayudarlo a redactar un informe para
un laboratorio.
Al principio me alegré, pero después resultó más difícil que el libro
de Omar, porque Omar redactaba mal, pero redactaba. Héctor en
cambio garabateaba en distintos papeles ideas sueltas, y era una hazaña
poner orden a ese caos.
La única cosa a favor era cierta familiaridad con el vocabulario, porque
se relacionaba con la materia que acababa de rendir.
Además, la había dado dos veces, cosa inédita ya que, según Alfonso,
enérgico defensor del arte de aprobar raspando, soy una “traga”.
El problema es que la profesora exigía el uso de la memoria, pobrecita
yo, que tengo la peor de la ciudad y el Gran Buenos Aires.
La segunda vez, con un esfuerzo sobrehumano, lo logré.
—A ver, chiquita, (todas éramos “chiquitas” salvo los “chiquitos”) rápido,
chiquita, no tengo toda la tarde: cretinismo en el niño —enanismo
y retardo mental—, le contesté, obediente,
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