Te presto mi Stradivarius, de Gloria Gitaroff

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Gloria Gitaroff
No tenía nada que hacer: no podía hacer nada si no había luz.
Como en la agencia, empezaba a trabajar sin trabajar. Pero en lo de
Omar todo era distinto, porque nadie interrumpía mis pensamientos,
lo cual, dadas las circunstancias, no era muy recomendable. Sólo
el sonido del timbre cada cincuenta minutos, los pasos de los pacientes
silenciados por la alfombra, alguna que otra vez el sonido del teléfono
y nada más.
El zumbido de la máquina me sobresaltó. El corte de luz había terminado
pero ya era hora de irme. Tenía que ir a buscar a Andrea al jardín,
así que el trabajo, lo que se decía el trabajo, tendría que comenzar
recién el día siguiente.
Omar estaba atendiendo a un paciente; no sabía dónde estaba Martha,
así que desconecté la máquina y sin tener de quién despedirme
cerré la puerta tratando de no hacer ruido y me fui.