Te presto mi Stradivarius, de Gloria Gitaroff

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80 Gloria Gitaroff No; yo no podía llegar a querer que Fernando no volviese; seguro que eran cosas de Julián, y estaba por decírselo cuando llegó Juan: —¡Hermano mío del alma! Apenas si me saludó con una mirada de soslayo y se dedicó enseguida a palmotearse con Julián, como si no lo hubiese visto desde el tercer aniversario de la Revolución de Mayo. Por fin Juan, simulando sacarle pelusitas de las imaginarias solapas del inexistente saco de Julián le habló con voz muy afectada: —Bueno, querido, ya me toqueteaste bastante. Ahora dejame trabajar. Juan se reía por debajo de los bigotes. Increíble. Entonces… sabía reírse; peor entonces: eso quería decir que su antipatía era un honor que me dedicaba solamente a mí. Me molestaron esos alardes de maricón. Siempre me había molestado que a los hombres les gustara hacerse ese tipo de bromas. Como si pensaran que no había por que temer a las cosas de las que es posible reírse, como si no hubiera risas de puro miedo. Pero qué me importaban sus alardes. Dejar a Fernando, qué tristeza, pensaba mientras miraba por la ventana a los autos que pasaban por la avenida. Verdes, blancos, grises, negros humo, todos a la misma velocidad… la máxima posible para no perder la onda verde de los semáforos. El obelisco, desde una perspectiva que nunca había visto antes de entrar a trabajar en la agencia, parecía diferente. Unas cuadras más allá, adivinaba la oficina de Fernando, esa que un día habíamos empapelado juntos y donde él ya había empezado otra historia, sin mí. Pero eso había sucedido a la mañana. Había llegado la tarde y tenía que terminar de redactar la carta que Omar me había pedido, la primera que escribía para él y luego llevársela a firmar. No la leyó. La firmó y me la devolvió. Yo estaba tan triste, que no me pude alegrar demasiado por la confianza que tuvo en mi manera de hacer las cosas. “Alguien que te sepa querer”. Las palabras de Julián volvían una y otra vez haciéndome ver qué ganas tenía de que alguien me quisiera. Pero de ahí a que, como él me dijo, yo no fuera a querer que Fernando volviera, cosas de Julián, seguro.
Te presto mi Stradivarius Como las viudas de la campiña española, yo vestiría de negro para toda la vida. 81
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© El Cid Editor SAE ISBN: 84 85745
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