Te presto mi Stradivarius, de Gloria Gitaroff

Te presto mi Stradivarius
64.
Ibamos para la escuela, muy de mañana, Jorgelina, Andrea y yo,
muy calladas las tres. Ellas, porque tenían sueño y yo también. Hasta
el auto parecía somnoliento, iba tan despacio que parecía que en
cualquier esquina se iba a parar a echarse un sueñito.
Un largo día me esperaba, un día en que tenía que luchar por lo
mío y quizás no supiera hacerlo bien. A mi alrededor todo tenía el
color sin color de las cosas cuando no se las ve.
Las nenas me dieron un beso y se bajaron en la puerta de la escuela. Doblé
la esquina y apareció un auto blanco que se puso a la par del mío.
—Guido… —dije y sentí grande mi sonrisa inundándome la cara.
Las cosas recobraron su color.
—Quería verte aunque sólo fueran cinco minutos —me dijo Guido
mientras nos protestaban los bocinazos.
Estacionamos los autos, Guido se pasó al mío, me abrazó, me besó:
—No entiendo cómo alguien pudo echarte, debe ser ciego y sordo,
para hacerte una cosa así.
Me hizo reír, los cinco minutos pasaron pronto, fueron sólo cinco
minutos y parecieron apenas dos.
Guido me dio un último, rápido beso y se fue a atender a sus pacientes.
Yo me fui para la agencia y la mañana ya no me pareció tan
gris.
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