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202 EL DESEADO DE TODAS LAS GENTES<br />

hallar a su Maestro hablando con la mujer. No había<br />

bebido <strong>el</strong> agua refrigerante que <strong>de</strong>seaba, ni se <strong>de</strong>tuvo a<br />

comer lo que los discípulos habían traído. Cuando la mujer<br />

se hubo ido, los discípulos le rogaron que comiera. Le<br />

veían callado, absorto, como en arrobada meditación. Su<br />

rostro resplan<strong>de</strong>cía, y temían interrumpir su comunión con<br />

<strong>el</strong> Ci<strong>el</strong>o. Pero sabían que se hallaba débil y cansado, y<br />

pensaban que era <strong>de</strong>ber suyo recordarle sus necesida<strong>de</strong>s.<br />

Jesús reconoció su amante interés y dijo: "Yo tengo una<br />

comida que comer, que vosotros no sabéis."<br />

Los discípulos se preguntaron quién le habría traído<br />

comida; pero él explicó: "Mi comida es que haga la<br />

voluntad d<strong>el</strong> que me envió, y que acabe su obra." Jesús se<br />

regocijaba <strong>de</strong> que sus palabras habían <strong>de</strong>spertado la<br />

conciencia <strong>de</strong> la mujer. La había visto beber d<strong>el</strong> agua <strong>de</strong> la<br />

vida, y su propia hambre y sed habían quedado<br />

satisfechas. El cumplimiento <strong>de</strong> la misión por la cual había<br />

<strong>de</strong>jado <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o fortalecía al Salvador para su labor, y lo<br />

<strong>el</strong>evaba por encima <strong>de</strong> <strong>las</strong> necesida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la humanidad.<br />

El ministrar a un alma que tenía hambre y sed <strong>de</strong> verdad le<br />

era más grato que <strong>el</strong> comer o beber. Era para él un<br />

consu<strong>el</strong>o, un refrigerio. La benevolencia era la vida <strong>de</strong> su<br />

alma.<br />

Nuestro Re<strong>de</strong>ntor anh<strong>el</strong>a que se le reconozca. Tiene<br />

hambre <strong>de</strong> la simpatía y <strong>el</strong> amor <strong>de</strong> aqu<strong>el</strong>los a quienes<br />

compró con su propia sangre. Anh<strong>el</strong>a con ternura inefable<br />

que vengan a él y tengan vida. Así como una madre<br />

espera la sonrisa <strong>de</strong> reconocimiento <strong>de</strong> su hijito, que le<br />

indica la aparición <strong>de</strong> la int<strong>el</strong>igencia, así Cristo espera la<br />

expresión <strong>de</strong> amor agra<strong>de</strong>cido que <strong>de</strong>muestra que la vida<br />

espiritual se inició en <strong>el</strong> alma.<br />

La mujer se había llenado <strong>de</strong> gozo al escuchar <strong>las</strong>

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