EL QUIJOTE - Universidad de Castilla-La Mancha

ANTONIO REY HAZAS
hay que reconocer empero que el lenguaje popular
no está rigurosamente al día
y que cuando el mismo estudiante que leyó en konstantinov
que la idea del alma es fantástica e ingenua
besó los labios ingenuos y fantásticos de la compañerita
que no conoce la acepción segunda
y a pesar de todo le dice te quiero con toda el alma
es obvio que no intenta sugerir que le quiere
con todo el hueco del cañón.
Al margen de textos metalingüísticos, como el de Benedetti, lo cierto es
que la lectura de los clásicos puede ayudar, y mucho, en diferentes
aspectos del aprendizaje de una lengua que, como la española, tiene una
de las literaturas más importantes del mundo. Pondré algunos ejemplos
sacados de nuestras letras áureas, para que sean clásicos en el más puro
sentido de la palabra.
1. LOS CLÁSICOS Y LA TEORÍA DE LA COMUNICACIÓN: LITERATURA, VIDA Y PUNTO
DE VISTA
No hay duda de que uno de los principios teóricos que más ha hecho
avanzar los estudios lingüísticos en nuestro tiempo ha sido la teoría de la
comunicación, sobre todo desde que Jakobson y otros formalistas rusos y
checos la enunciaron con todo su rigor. La relación entre emisor-receptormensaje-código-canal
es ya un tópico que se incluye en todos los
manuales de estudio, con frutos docentes indiscutibles.
Sin embargo, esta teoría, como todas, está sacada de la observación
de la realidad lingüística y literaria, sobre todo literaria, al menos en sus
aspectos más profundos, y ello porque, aparte de que «no existe literatura
sin destinatario», porque «nadie consigna a la tinta y al papel lo que, de un
modo u otro, en el fondo de su ánimo, no concibe como una escritura
pública: como un lugar de encuentro, todo lo íntimo que se quiera, con otra
alma, u otras almas, con aquella (la propia) que se ha puesto por escrito»
[Mainer, 2000:43]. Aparte de esto, repito, algunos de nuestros clásicos
intuyeron con tal hondura esta teoría de la comunicación, que incluso en el
año 2001 son de rabiosa actualidad. Me refiero a obras como el Lazarillo, el
Quijote o el Coloquio de los perros de Cervantes. Ello, por no mencionar
numerosos textos actuales, que todavía no sé si han ingresado en la
categoría de clásicos, como El cuarto de atrás, de Carmen Martín Gaite, o
El desorden de tu nombre y La soledad era esto, de Juan José Millás, etc...
Aunque sí creo que se puede considerar un clásico La familia de Pascual
Duarte, de Cela, que sirve exactamente igual de modelo magnífico para
nuestro interés, y es la obra española más traducida después del Quijote; o
Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes, asimismo apasionante al
respecto.
114