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EL QUIJOTE - Universidad de Castilla-La Mancha

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LOS CLÁSICOS EN LA ENSEÑANZA D<strong>EL</strong> ESPAÑOL<br />

Sabemos que en ocasiones se insiste en el emisor: Car<strong>de</strong>nio y Dorotea,<br />

por centrarnos en el Quijote, pue<strong>de</strong>n servirnos <strong>de</strong> ejemplo, por sus<br />

diferentes maneras <strong>de</strong> narrar la misma historia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ángulos distintos y <strong>de</strong><br />

manera muy diferente, ya que Car<strong>de</strong>nio los hace dos veces (I, 24 y 27) y en<br />

ninguna <strong>de</strong> ellas completa su relato, que parece ir por muy mal camino,<br />

mientras que Dorotea lo hace una sola vez (I, 28), <strong>de</strong> un tirón, y completa<br />

su historia y la <strong>de</strong> Car<strong>de</strong>nio, abriendo al mismo tiempo la esperanza <strong>de</strong> que<br />

todo acabe felizmente. Y es que Dorotea, que es el personaje que consigue<br />

solucionar sus problemas <strong>de</strong> amor y honor con don Fernando, gracias a su<br />

discreción, a su inteligencia y a su valentía, es también que quien soluciona<br />

los <strong>de</strong> Car<strong>de</strong>nio y Luscinda. Así, el mejor narrador es también el personaje<br />

más <strong>de</strong>stacado, porque la literatura y la vida van muy unidas en el Quijote,<br />

ya que su héroe principal está loco por leer y confun<strong>de</strong> la vida con la<br />

literatura caballeresca. También podríamos mencionar aquí al propio Ci<strong>de</strong><br />

Hamete Benengeli, supuesto historiador árabe <strong>de</strong> las andanzas<br />

quijotescas, puesto en cuestión por el mismo personaje, por don Quijote:<br />

<strong>de</strong>sconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre <strong>de</strong> Ci<strong>de</strong>; y <strong>de</strong> los moros<br />

no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas.<br />

Temíase no hubiese tratado sus amores con alguna in<strong>de</strong>cencia, que redundase en<br />

menoscabo y perjuicio <strong>de</strong> la honestidad <strong>de</strong> su señora Dulcinea <strong>de</strong>l Toboso; <strong>de</strong>seaba que<br />

hubiese <strong>de</strong>clarado su fi<strong>de</strong>lidad y el <strong>de</strong>coro que siempre la había guardado,<br />

menospreciando reinas, emperatrices y doncellas <strong>de</strong> todas calida<strong>de</strong>s, teniendo a raya los<br />

ímpetus <strong>de</strong> los naturales movimiento (II, 3).<br />

Otras veces, las más, se subraya el papel <strong>de</strong>l receptor, <strong>de</strong>l interlocutor,<br />

porque, como dice Carmen Martín Gaite, hay una necesidad narrativa, no<br />

ya sólo literaria, sino general, tanto oral como escrita, <strong>de</strong>l interlocutor. De<br />

hecho, «si el interlocutor a<strong>de</strong>cuado no aparece en el momento a<strong>de</strong>cuado<br />

−dice−, la narración hablada no se da» [Martín Gaite, 1972:25]. Y lo mismo<br />

suce<strong>de</strong> en el relato escrito. Oigamos sus palabras:<br />

ni por las mientes se me estarían pasando semejantes retahílas con el or<strong>de</strong>n que llevan<br />

si no estuvieras tú que me las vas guiando, y ese or<strong>de</strong>n es su vida, su razón <strong>de</strong> existir;<br />

nunca lo había pensado, pero ahora lo veo clarísimo: las historias son su sucesión<br />

misma, su encen<strong>de</strong>rse y surgir por un or<strong>de</strong>n irrepetible, el que les va marcando el<br />

interlocutor, aunque no interrumpa, es según te mira, ahora las <strong>de</strong>svía por aquí, ahora<br />

por allá, a base <strong>de</strong> mirada, y nunca dan igual unos ojos que otros; el que oye, sí, ése es<br />

quien cataliza las historias, basta con que sepa escuchar bien [Martín Gaite,1981:100].<br />

<strong>La</strong> novela, la narración literaria, obvio es <strong>de</strong>cirlo, se diferencia bastante,<br />

sobre todo porque da mayor libertad, toda la libertad, al narrador, que no<br />

tiene así que someterse a las limitaciones <strong>de</strong> la realidad circundante:<br />

El narrador literario las pue<strong>de</strong> quebrar, saltárselas; pue<strong>de</strong> inventar ese interlocutor que<br />

no ha aparecido, y, <strong>de</strong> hecho, es el prodigio más serio que lleva a cabo cuando se pone<br />

a escribir: inventar con las palabras que dice, y el mismo golpe, los oídos que tendrían<br />

que oírlas [Martín Gaite, 1972:26].<br />

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