EL QUIJOTE - Universidad de Castilla-La Mancha

ANTONIO MENDOZA FILLOLA
2 Si se lee con atención, parece que el Prólogo plantea en si mismo
una cuestión problemática de edición propia de las convenciones de
la época, justo antes de dar el libro a la imprenta:
La ausencia de escritos laudatorios y de poemas de encomio de
la obra;
También se nos confiesa el esfuerzo que ha supuesto la
redacción del prólogo; confiesa que éste le cuesta más de
componer que la misma historia: “Porque te sé decir que,
aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por
mayor que hacer esta prefación que vas leyendo”.
Incluso se argumenta que es“por mi insuficiencia y pocas letras,
y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme
buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos”.
Y, en fin, ironiza sobre la (relativa) importancia del prólogo, hasta
tal punto que no sabiendo cómo resolverlo 10 , se determina a que
la historia quede sin ser publicada:
yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus
archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de
tantas cosas como le faltan, porque yo me hallo incapaz de
remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras […]
3 Por su parte, en el cierre del Prólogo de 1615, queda su rúbrica
explícita en su autopublicidad: «Olvídaseme de decirte que esperes
el Persiles, que ya estoy acabando, y la segunda parte de Galatea»,
palabras con que cierra y “firma” el prólogo. Y, por otra parte, una
evidencia: el incremento de las menciones, especialmente en la
segunda parte, a Benengeli, cuando éste ya ha asumido
definitivamente la función de ser el único cronista de la verdadera
historia de Don Quijote. Lo que quizá sólo fuera un recurso narrativo
10 Aclaremos que habrá solución; ésta se halla de modo que el autor del prólogo
asume los consejos ajenos; recurre a ocultarse tras las razones de su “buen amigo,
gracioso y bien entendido”, cuyas sugerencias le convencerán para comenzar a
redactar e iniciar de ese modo la subversión de las convenciones propias de los
libros de caballerías. La cuestión «se puede remediar en que vos mesmo toméis
algún trabajo en hacerlos –aconseja el amigo− y después los podéis bautizar y poner
el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador
de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas». Con
esta sugerencia se inicia la ficción desde el mismo ámbito metaliterario, en concreto
por lo que afecta a las cuestiones propias de la presentación de la edición de la obra,
ya que se sugiere la misma argucia para la redacción de las posibles notas y
acotaciones al margen, que finalmente quedan obviadas.
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