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A mi amiga y colega Micheline Rozan le encantaban las dificultades. Respondió<br />
con toda su energía a la crisis del momento y así aterró a unos y fascinó a otros con la<br />
apasionada inteligencia y el implacable perfeccionismo que aportó a su trabajo. Con<br />
un asombroso control de todos los aspectos que entraban en crear una organización<br />
nueva, me lo quitó todo de las manos, de modo que una vez más yo me hallé en la<br />
posición de estar protegido mientras me concentraba en otras necesidades.<br />
Estas se habían vuelto patentes. Yo sabía que solamente podríamos encontrar<br />
algo válido desechando todos los puntales que nos habían proporcionado las<br />
estructuras anteriores. Para explorar el espacio, emprender nuevas relaciones, para<br />
que nos desafiaran y nos dijeran que era un error, para explorar significados de<br />
expresión, para hallar la forma exterior capaz de reflejar la intangible naturaleza de<br />
un impulso, necesitábamos trabajar sin un teatro, sin palabras dadas, sin códigos ni<br />
técnicas, encontrando nuestro camino a partir de la nada. En su lugar, teníamos que<br />
desarrollar la capacidad de improvisar, aprendiendo que esto es atrozmente difícil<br />
porque, aunque en la improvisación cabe cualquier cosa, si todo el mundo hace<br />
precisamente cualquier cosa, el resultado es nada.<br />
Pará empezar, hallamos que una buena improvisación no aguantaba más de<br />
minuto y medio o dos. Había muchas razones por las cuales luego se caía; la torpeza,<br />
el deseo de lucirse, la falta de escucha, o muchas veces el pánico ciego hacían a los<br />
desesperados actores recurrir a débiles gags, hasta que rápidamente la improvisación<br />
empezaba a patinar sobre sí misma. Durante años de práctica constante, la amplitud<br />
de nuestra concentración de equipo se fue haciendo cada vez más larga, hasta que<br />
una vez, y sólo una, una improvisación aguantó dos horas de reloj desarrollándose en<br />
una oleada de invención compartida. De aquel modo, se creó una historia completa,<br />
coherente y divertida, que tuvo la duración de una función al uso. Pero ése es el sino<br />
de una improvisación: dio placer a unas veinte adolescentes en una escuela de chicas<br />
y nunca mas se volvió a ver. Nos gustó tanto la historia que procuramos repetirla<br />
pero, por más duramente que lo intentamos, ‘ no fuimos capaces de encontrar por<br />
segunda vez las mismas chispas. Éste, desgraciadamente, es el precio que tiene que<br />
aceptar el improvisador.<br />
Aprendimos muchísimo abandonando nuestra propia base protegida en el<br />
Mobilier National para aventurarnos en el mundo cotidiano. Si uno invita a un<br />
público a un espacio propio para que vea una improvisación, el resultado casi<br />
siempre es forzado y artificial, porque el mero hecho de ser invitado es en sí mismo<br />
promesa de diversión, e inevitablemente uno intenta divertir a toda costa. Sin<br />
embargo, si uno visita a la gente en su propio entorno -en los albergues de<br />
portugueses de París, en crujías de hospital o en poblados africanos-, las condiciones<br />
y reglas son exactamente las mismas que las que rigen cualquier encuentro entre<br />
extranjeros. Si no hay atracción mutua no ocurrirá nada pero, si de verdad existe un<br />
deseo de contacto, siempre puede encontrarse un territorio común tras alguna<br />
vacilante estrategia inicial. El placer aporta inspiración, y le siguen con naturalidad<br />
palabras, imágenes, humor, confidencias. A su vez éstos adoptan un ritmo; la música<br />
crea un campo de energía, y la risa del espectador lo enriquece progresivamente hasta<br />
que la habitación más árida se transforma en un espacio rutilante.<br />
Antes de emprender una improvisación en tales condiciones, los actores no<br />
tienen sentimiento alguno de superioridad; su tensión nerviosa es tan grande como<br />
antes de un estreno en Broadway y, si la improvisación no ha ido bien, el sentimiento<br />
de vergüenza y vacío es incluso más punzante que en el teatro profesional, porque<br />
uno ha visto claramente en las caras de la gente que le rodea que los ha defraudado;<br />
el público aporta un espejo para la propia incapacidad.<br />
Por otro lado, los temas casi siempre brotan solos. En un albergue para<br />
norteafricanos de París, Andreas toquetea el televisor visor -lleva meses estropeado-,<br />
el público se ríe, se establece la complicidad, e inmediatamente se desarrolla una<br />
historia. Se saca del bolsillo unos cuantos billetes de un dólar. «¿Esto qué es? ¿Dinero<br />
de verdad? ¿Dinero falso?» El público caza al vuelo el juego, y despegamos. La actriz<br />
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Teatro