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primera parte pag 1-45 - NetDealer

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desprovistos de prestigio, son capaces de revelar su cualidad de objetos en una obra de<br />

arte. Los maniquíes tienen ellos también una zona de Superación.<br />

K.M.: ¿Una zona relacionada con su nacimiento y evolución?<br />

T.K.: Sí, la existencia de esos objetos, realizados a imagen del hombre, de una manera<br />

que roza el “sacrilegio” y que parece ilegal, es efecto de un procedimiento herético, una<br />

manifestación de ese Lado Tenebroso, Nocturno, Rebelde, de la actividad humana, del<br />

Delito y de la Huella de la Muerte en tanto fuente de conocimiento. Y de allí paso a una<br />

proposición que me pertenece...<br />

K.M.: ¿…y que podría llamarse el Nuevo Tratado de los maniquíes?<br />

T.K.: El sentimiento confuso e inexplicable de que por medio de ese ser humano<br />

que se parece a un hombre vivo, desprovisto de conciencia y de destino, se nos acerca<br />

el mensaje temible de la Muerte y de la Nada, está simultáneamente en el origen de<br />

la superación, del rechazo y de la atracción. De la acusación y la fascinación. La<br />

aparición del maniquí concuerda con mi convicción cada vez más íntima de que la vida<br />

no se deja expresar en el arte más que por medio de la ausencia de vida, por referencia<br />

a la muerte. Lo que, en Schulz, era sólo un presentimiento, en mí, que estoy<br />

“enriquecido’’ por la experiencia de la época que mató al autor de las Tiendas de canela<br />

recibe una concreción material.<br />

Y, lo que es aun más esencial: el Maniquí, en mi teatro, debe transformarse en un<br />

modelo por el cual pasa el vivo sentimiento de la muerte y la condición de los<br />

muertos. Un modelo para el actor vivo.<br />

K.M.: En 1907, Edward Gordon Craig habla predicado con toda seriedad el regreso al<br />

teatro de la supermarioneta, afirmando que desde su reaparición ésta ganaría el afecto<br />

del pueblo que podría así regocijarse nuevamente con los antiguos ritos, prosternarse<br />

ante la Creación, honrar la felicidad de la existencia y rendir un divino homenaje de<br />

alegría a la Muerte.<br />

T.K.: No creo que el Maniquí pueda sustituir al actor vivo, como lo habían querido<br />

Craig y Kleist. Para probarlo, examino la imagen tan sugestivamente descripta por<br />

Craig de la aparición del Actor, imagen que denuncia las circunstancias en las que el<br />

actor vivo expulsó a la supermarioneta del teatro. Ahora bien, para mí el momento en<br />

que el ACTOR apareció por <strong>primera</strong> vez ante el PÚBLICO era, para emplear el lenguaje<br />

de nuestra época, un momento revolucionario y de vanguardia. En mi manifiesto El<br />

Teatro de la Muerte (Teatr MIERCI) que acompaña la sesión de Una clase muerta, trato de<br />

atribuir a la historia una imagen en la cual el desarrollo de los acontecimientos adquiere<br />

un sentido opuesto al que Craig expuso. La decisión de separarse de una Comunidad<br />

de culto, el acto de RUPTURA, no se dejan explicar por el egotismo, el deseo de gloria<br />

o una inclinación oculta por la bufonada. Esta situación fascinante está descripta con<br />

estos términos en mi Teatro de la Muerte: “FRENTE a los que se quedaron de este lado,<br />

apareció un HOMBRE que se les PARECIA EN CADA RASGO, y que sin embargo, por<br />

una especie de operación misteriosa y genial, resultaba infinitamente DISTANTE,<br />

terriblemente EXTRAÑO, como un MUERTO, separado por una PARED invisible y sin<br />

embargo temible e inimaginable, cuyo verdadero sentido y horror sólo se nos aparecen<br />

en sueños. Vieron súbitamente, como a la luz cegadora de un relám<strong>pag</strong>o, la IMAGEN<br />

trágicamente payasesca DEL HOMBRE, como si la vieran por PRIMERA VEZ, como si<br />

se hubieran visto a SI MISMOS. Era ciertamente una CONMOCION que podría<br />

calificarse de metafísica. Esa imagen viva del hombre que surgía de las tinieblas, yendo<br />

sin cesar hacia adelante, era un MENSAJE penetrante de su nueva condición humana,<br />

exclusivamente HUMANA, con sus responsabilidades y su conciencia trágica,<br />

aplicando, para medir su destino, una escala inexorable y última, la de la muerte”.<br />

Es esta situación lo que me importa y sobre ella construyo todo el espectáculo. Ese<br />

instante de conmoción del que hablo ha sido trivializado y se ha gastado durante largos<br />

siglos de tradición, y ya no tiene hoy ninguna importancia. Ahora bien, me interesa<br />

reivindicar ese instante inicial de conmoción, lo que tal vez es una ambición excesiva.<br />

Gracias a la “operación” a que aludo en la parábola concebida a semejanza de la de<br />

Craig, se ha intercalado una distancia entre el actor y el público, análoga a la que se<br />

establece entre el vivo y el muerto. Cuando se ve caer a un hombre en la calle, víctima<br />

Teatro página 59

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