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16341.Boletin Iesus Caritas 159

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El amor de Dios en la Sagrada Escritura<br />

8<br />

Ramón Carlos Rodríguez García<br />

En nuestro mundo se utiliza a menudo la palabra “amor”. En demasiadas<br />

ocasiones se desvirtúa su verdadero significado y en otras queda reducida a<br />

su mínima expresión. Se llama amor a un sentimiento que pasa sin comprometer<br />

en nada, a los sucesos que llenan las revistas del corazón, a la pasión<br />

que, en el fondo, esconde un deseo de posesión, al amor de amistad, a la relación<br />

entre personas que son parientes o vecinos, al afecto que predispone a<br />

hacer cualquier cosa por la persona querida o por unos valores elegidos.<br />

Cuando su Santidad Benedicto XVI publicó Deus caritas est, conocía<br />

en profundidad una carencia del ser humano en nuestros días y la mejor<br />

manera de iluminarla. El amor sigue siendo la tarea fundamental y prioritaria<br />

para cada persona. Definir ese amor, encontrar su origen y su fuente<br />

es una urgente necesidad.<br />

Los cristianos ponemos el origen del amor en Dios y decimos que es lo<br />

principal en nuestras vidas. Intentamos responder al mandato del Señor y<br />

hacer de esta opción fundamental la prioridad de nuestra vida.<br />

Lo primero que encontramos los cristianos es que el amor de Dios no<br />

es algo instalado en el ámbito racional y etéreo, o exclusivo del sentimiento.<br />

Dios nos ha manifestado su amor en una historia concreta, de una<br />

forma tangible. La primera página de la Escritura se abre con la creación<br />

del mundo y del ser humano. Todo, hasta la vida, se debe a la iniciativa<br />

gratuita del amor de Dios: «Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y<br />

todo era muy bueno» (Gn 1,31). El autor del libro de la Sabiduría, reflexionando<br />

sobre la creación, dice: «Amas todo lo que existe, y no aborreces<br />

nada de lo que hiciste, pues, si odiaras algo, no lo habrías creado» (Sab<br />

11,24). Dios lo ama pero siente una predilección especial por el ser humano,<br />

con el que quiere entrar en diálogo de amor.<br />

Para comenzar este diálogo de amor, elige un pueblo, Israel, y en medio<br />

de su realidad histórica, respetando su mentalidad y sus costumbres,<br />

empieza a descubrirle poco a poco quién es Él, su Dios. La gran prueba de<br />

amor y cercanía la tuvo Israel en la liberación de Egipto. Fue la piedra<br />

central de su construcción como pueblo de Dios. A partir de ahí Israel<br />

empezó a entender que había un Dios «clemente y compasivo, paciente,

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