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El amor de Dios en la Sagrada Escritura<br />
8<br />
Ramón Carlos Rodríguez García<br />
En nuestro mundo se utiliza a menudo la palabra “amor”. En demasiadas<br />
ocasiones se desvirtúa su verdadero significado y en otras queda reducida a<br />
su mínima expresión. Se llama amor a un sentimiento que pasa sin comprometer<br />
en nada, a los sucesos que llenan las revistas del corazón, a la pasión<br />
que, en el fondo, esconde un deseo de posesión, al amor de amistad, a la relación<br />
entre personas que son parientes o vecinos, al afecto que predispone a<br />
hacer cualquier cosa por la persona querida o por unos valores elegidos.<br />
Cuando su Santidad Benedicto XVI publicó Deus caritas est, conocía<br />
en profundidad una carencia del ser humano en nuestros días y la mejor<br />
manera de iluminarla. El amor sigue siendo la tarea fundamental y prioritaria<br />
para cada persona. Definir ese amor, encontrar su origen y su fuente<br />
es una urgente necesidad.<br />
Los cristianos ponemos el origen del amor en Dios y decimos que es lo<br />
principal en nuestras vidas. Intentamos responder al mandato del Señor y<br />
hacer de esta opción fundamental la prioridad de nuestra vida.<br />
Lo primero que encontramos los cristianos es que el amor de Dios no<br />
es algo instalado en el ámbito racional y etéreo, o exclusivo del sentimiento.<br />
Dios nos ha manifestado su amor en una historia concreta, de una<br />
forma tangible. La primera página de la Escritura se abre con la creación<br />
del mundo y del ser humano. Todo, hasta la vida, se debe a la iniciativa<br />
gratuita del amor de Dios: «Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y<br />
todo era muy bueno» (Gn 1,31). El autor del libro de la Sabiduría, reflexionando<br />
sobre la creación, dice: «Amas todo lo que existe, y no aborreces<br />
nada de lo que hiciste, pues, si odiaras algo, no lo habrías creado» (Sab<br />
11,24). Dios lo ama pero siente una predilección especial por el ser humano,<br />
con el que quiere entrar en diálogo de amor.<br />
Para comenzar este diálogo de amor, elige un pueblo, Israel, y en medio<br />
de su realidad histórica, respetando su mentalidad y sus costumbres,<br />
empieza a descubrirle poco a poco quién es Él, su Dios. La gran prueba de<br />
amor y cercanía la tuvo Israel en la liberación de Egipto. Fue la piedra<br />
central de su construcción como pueblo de Dios. A partir de ahí Israel<br />
empezó a entender que había un Dios «clemente y compasivo, paciente,