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16341.Boletin Iesus Caritas 159

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En definitiva, “eros” y “ágape” exigen no estar nunca separados completamente<br />

uno del otro, al contrario, cuando encuentran su justo equilibrio,<br />

más se cumple la verdadera naturaleza del amor. Si bien el “eros” inicialmente<br />

es sobre todo deseo, a medida que se acerca a la realidad de la otra<br />

persona amándola se interrogará siempre menos sobre sí mismo y buscará<br />

cada vez más la felicidad del otro.<br />

En Jesucristo, que es el amor de Dios encarnado, el “eros” - “ágape”<br />

alcanza su forma más radical. Al morir en la cruz, Jesús, entregándose<br />

para elevar y salvar al ser humano, expresa el amor en su forma más sublime.<br />

Jesús aseguró a este acto de ofrenda su presencia duradera a través de<br />

la institución de la Eucaristía, en la que, bajo las especies del pan y del vino<br />

se nos entrega como un nuevo maná que nos une a Él. Participando en la<br />

Eucaristía, nosotros también nos implicamos en la dinámica de su entrega.<br />

Nos unimos a Él y al mismo tiempo nos unimos a todos los demás a los que<br />

Él se entrega; todos nos convertimos así en “un sólo cuerpo”. De ese modo,<br />

el amor a Dios y el amor a nuestro prójimo se funden realmente.<br />

El Hermano Carlos nos habla de amor<br />

El hermano Carlos vivió la oración como un ejercicio de amor. Escribe:<br />

«Orar, ya lo veis, es ante todo pensar en mi amándome. Cuando más se ama,<br />

mejor se ora […] La oración es la atención del alma amorosamente fija en<br />

mí; cuanto más amorosa es la atención, mejor es la oración» 2 . La oración<br />

será, pues, para Carlos de Foucauld la fuente del amor universal, sin fronteras.<br />

Lo expresa de manera sublime cuando escribe: «Es amando a los<br />

hombres como se aprende a amar a Dios. El medio de alcanzar la caridad<br />

para con Dios es practicarla con los hombres. Yo no sé a qué le llama Dios<br />

especialmente: yo sé muy bien a qué llama a los cristianos, hombres y mujeres,<br />

sacerdotes y laicos, célibes y casados; a ser apóstoles, apóstoles por el<br />

ejemplo, por la bondad, por un contacto bienhechor, por un afecto que llama<br />

a la conversión y que conduce a Dios, apóstol, bien como Pablo, bien como<br />

Aquila y Priscila, pero siempre apóstol, «haciéndose todoa todos» para dar<br />

a todos a Jesús […] Paz, confianza, esperanza, no vuelva sobre sí mismo, las<br />

miserias de nuestra alma son un fango del que hay que humillarse a menudo,<br />

2. CARLOS DE FOUCAULD, Obras espirituales. Antología de textos, Madrid, San<br />

Pablo, 1998, n. 79.<br />

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