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al amor divino [...]” (nº 1): buen programa para este pontificado. Un poco<br />
más adelante, en el mismo número 1, manifiesta que desea “precisar –al<br />
comienzo de mi pontificado– algunos puntos esenciales sobre el amor que<br />
Dios, de manera misteriosa y gratuita, ofrece al hombre y, a la vez, la relación<br />
intrínseca de dicho amor con la realidad del amor humano”. Con<br />
mucho acierto ha elegido el Papa las dos ideas de 1 Jn 4,14 para comenzar<br />
la encíclica y resumir su contenido: «Dios es amor, y quien permanece en el<br />
amor permanece en Dios y Dios en él... Nosotros hemos conocido el amor<br />
que Dios nos tiene y hemos creído en él» En estas dos afirmaciones, íntimamente<br />
relacionadas, se resume el corazón de la fe cristiana, de la existencia<br />
cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del<br />
hombre y de su camino, como explicita la encíclica (cf. nº 9-11).<br />
Documento de fácil lectura y oportuno<br />
La encíclica es un documento de lectura fácil y agradable, según apreciación<br />
general, relativamente breve –78 páginas en la edición de la<br />
Políglota Vaticana– y con un lenguaje asequible, elegante y preciso, diferente<br />
del lenguaje habitual de este tipo de escritos que suele ser denso, técnico,<br />
y difícil de leer por parte del público no especializado. Por otra parte,<br />
es un escrito sumamente oportuno, ya que aparece en un contexto en que<br />
algunos fanatismos religiosos dan la falsa impresión de que la religión es<br />
causa de odio y violencia, pues apelan al nombre de Dios para justificar el<br />
odio y la violencia. Todo movimiento religioso auténtico debe estar inspirado<br />
en el amor. Decía Benedicto XVI en el citado discurso en que anunciaba<br />
la encíclica: La palabra «amor» hoy está tan deslucida, tan ajada y es tan<br />
abusada, que casi da miedo pronunciarla con los propios labios. Y, sin<br />
embargo, es una palabra primordial, expresión de la realidad primordial; no<br />
podemos simplemente abandonarla, tenemos que retomarla, purificarla y<br />
volverle a dar su esplendor originario para que pueda iluminar nuestra vida<br />
y llevarla por la senda recta. Esta conciencia me ha llevado a escoger el<br />
amor como tema de mi primera encíclica... En una época en la que la hostilidad<br />
y la avidez se han convertido en superpotencias, en una época en la que<br />
asistimos al abuso de la religión hasta llegar a la apoteosis del odio, la<br />
racionalidad neutra por sí sola no es capaz de protegernos. Tenemos necesidad<br />
del Dios vivo que nos ha amado hasta la muerte.. En un mundo, en que<br />
se ha disociado amor humano y amor divino, en que se ha secularizado el<br />
amor y se ha divinizado –y a la vez depreciado– su manifestación sexual, es<br />
sumamente oportuno aclarar y matizar estos conceptos.<br />
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