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duce al francés. Elabora en cuatro tomos un “Diccionario francés-tuareg y<br />
tuareg-francés”, además de una gramática. El 28 de noviembre de 1916<br />
escribe en sus notas: “Final de las poesías tuaregs”.Tres días más tarde, el<br />
1 de diciembre era asesinado en su ermita de Tamarasset. La guerra y la<br />
violencia acabaron con aquel hombre que había sido todo él don y paz.<br />
¿Quedaría apagada para siempre aquella voz y sofocado aquel fuego?<br />
Su legado fue recibido y mantenido por cuatro grandes nombres: Luis<br />
Massignon, el gran conocedor del mundo árabe y de la mística; René<br />
Bazin, el académico que con su célebre biografía de 1921 acercó su figura<br />
de héroe y místico a las generaciones nuevas; J. M. Peyriguère que revive<br />
con iniciativas personales el espíritu del hermano Carlos; René Voillaume,<br />
orientador de las “Fraternidades” que surgen a partir de 1933, a la vez<br />
que extiende a todos los cristianos la vocación de Nazaret con su obra clásica:<br />
En el corazón de las masas (1950) y a través del Padre Congar influye<br />
decisivamente en el Concilio Vaticano II para hacer presente y programático<br />
el desafío: “la Iglesia y la pobreza en el mundo”.<br />
La vida espiritual del hermano Carlos, su lectura de la Biblia y su propuesta<br />
evangélica nos son accesibles en sus múltiples pequeños escritos,<br />
cuya edición completa en francés abarca 17 volúmenes. Su oración<br />
“Padre, me pongo en tus manos” es ya un texto clásico, recitado y memorizado<br />
por millones de creyentes.<br />
Mirando la situación de nuestro mundo y de nuestra Iglesia, encontramos<br />
en la vida, y en la espiritualidad del hermano Carlos una luz preciosa<br />
y fecunda que nos puede iluminar y guiar en situaciones que hoy tenemos<br />
que afrontar.<br />
Hoy se habla mucho del “retorno de lo sagrado”, de una “nueva era”<br />
para la humanidad, de un reflorecer de la religiosidad de nuestros pueblos.<br />
El hermano Carlos, que pasó por un periodo largo de indiferencia y ausencia<br />
de Dios, y por una admiración, casi fascinación por la mística musulmana,<br />
finalmente se encontró con su Dios en el secreto del confesionario, sin<br />
ruido, en un murmullo, en reconocimiento confesado de vivir solamente<br />
para este Dios aún por descubrir. Pero él ha sido seducido para siempre.<br />
Antes de su conversión, Carlos presintió que Dios no se comprueba, sino<br />
que se encuentra: y para encontrarlo hay que buscarlo, tener hambre de Él,<br />
necesidad de Él, como un pobre. Casi se puede decir que Carlos rezó antes<br />
de creer: pasaba largas horas repitiendo una extraña oración: «Dios mío, si<br />
existes haz que te conozca». El Dios que él encuentra va a tomar un rostro<br />
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