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texto más conocido: «Hay que amar la justicia y odiar la iniquidad. Cuando<br />
el gobierno temporal comete una grave injusticia en contra de quienes estamos<br />
encargados (soy el único sacerdote en un radio de 300 km.), es preciso<br />
decirlo, ya que representamos la justicia y la verdad, y no tenemos derecho a<br />
ser “centinelas dormidos”, “perros mudos” (Is 55,19), “pastores indiferentes”<br />
(Ez 34)».<br />
Nuestra Iglesia, que pasado el fervor de Concilio Vaticano II, no logra<br />
reencontrar el camino de una unidad respetuosa y acogedora de posiciones<br />
diferentes, necesita volver a Jesús como a su fuente, y presentar su persona<br />
como criterio para discernir y evaluar cualquier propuesta y cualquier<br />
posición. El hermano Carlos aparece como un testigo en su casi obsesión<br />
por la unidad entre todos los seres humanos y su insistencia continua en<br />
mostrar el amor hecho entrega y servicio como la única fuerza capaz de<br />
transformar el mundo y hacer que la comunidad de Jesús sea un signo en<br />
medio de él. «No estoy aquí para convertir de golpe a los tuareg, sino para<br />
intentar comprenderles [...] Estoy convencido de que Dios, en su bondad,<br />
acogerá en el cielo a los que han sido buenos y honrados, sin necesidad de<br />
ser católico romano o evangélico. Los tuareg son musulmanes. Estoy persuadido<br />
que Dios nos recibirá a todos si nos lo merecemos».<br />
Jon Sobrino, teólogo jesuita salvadoreño sintetiza nuestras expectativas<br />
ante el futuro de la Iglesia de América Latina y de la V CELAM:<br />
“Ojalá en Aparecida alcemos el vuelo, sin censuras y con magnanimidad;<br />
sin rencores y con esperanza; pero, es importante retomar el rumbo y<br />
orientarnos hacia un “nuevo Medellín”. En Aparecida deberá nacer<br />
mucho de “nuevo”, pero, también mucho de Medellín. No olvidemos<br />
jamás la opción por los pobres, por las comunidades de base, por la teología<br />
de la liberación que es la teología de los pobres. Nuestra Iglesia, más<br />
que nunca necesita de presbíteros, religiosos y religiosas que asuman la<br />
causa de los indígenas, de los afro-descendientes, de los campesinos, de<br />
los excluidos de las ciudades; necesita de laicos y laicas que trabajen por<br />
los derechos humanos; necesita de campesinos que estudien la Biblia y<br />
avancen en la teología; romerías populares y memoria de los mártires;<br />
innumerables vidas escondidas y magníficas; obispos dedicados a su pueblo<br />
y que se mantengan “en rebelde fidelidad”[...] Y una larga letanía de<br />
cosas buenas que hacen los pobres y quienes que con ellos se solidarizan”.<br />
Así se cumplirá la profecía de Mons. Oscar Romero, nuestro obispo mártir:<br />
“Nuestra Iglesia jamás abandonará a la soledad al pueblo que sufre”.<br />
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