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16341.Boletin Iesus Caritas 159

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no, ordenó retirar la piedra del sepulcro, pronunciando su nombre y diciéndole:<br />

“Lázaro, sal fuera”. Ahí descubro que la última palabra la tenía aquel hombre<br />

en quien habitaba el poder de vencer a la muerte, y que todos los “lázaros”<br />

olvidados de la historia están ya convocados a salir fuera de sus tumbas.<br />

Cuando me creía estar haciendo todo por ti, cuando todo iba siendo<br />

encauzado, cuando te llegó el momento de poder trabajar, cuando me creía<br />

haber llegado, ¡zas! Me sorprendes como en tantas ocasiones y te vas,<br />

dejándome con la brocha en la mano; te vas sin hacer ruido, tranquilamente.<br />

Así he comprendido que nada ni nadie depende de mí. Que el único Señor<br />

de la vida es Dios y que tu Dios, que es el mío, me ha dado una espléndida<br />

lección: resulta que no he llegado tarde; la hora preciosa de tu Pascua la has<br />

vivido con él y ahora puedes sonreírme con todo tu sentimiento, como te<br />

gustaba decir. Incluso sé que me invitas a no tomarme demasiado en serio y<br />

no creerme nada del otro mundo por andar por las cunetas de la humanidad<br />

pretendiendo vivir el evangelio. He aprendido que es él quien conduce la<br />

danza de la vida, pasando por el abismo de la muerte.<br />

Ahora creo más que nunca que no es inútil permanecer en pie ante los<br />

crucificados de la historia porque el Dios de la vida arrancará sus vidas de<br />

las fosas, y nos invita a permanecer en la danza de la justicia que restaura<br />

la paz, una paz donde los verdugos no triunfan sobre sus víctimas y donde<br />

las víctimas no se vengarán de sus verdugos.<br />

Para comprender todo esto, he tenido que llorar, gritar mi impotencia.<br />

Me he rebelado contra un sistema de salud que no contempla la enfermedad<br />

mental provocada por la droga como algo a tratar de verdad. Me he<br />

sentido tardona a pesar de haber pasado largo tiempo a tu lado sin escuchar<br />

tu grito de angustia. Y de este sepulcro donde me había hundido mi<br />

orgullo, mi falsa bondad, mi culpabilidad, has venido tú a sacarme para<br />

poder seguir alentando la esperanza de cuantos andamos por esta vida<br />

deseando la Vida y, ¿sabes?, ahora creo que aquel día tan duro en que te<br />

encontré en tu cama muerto, Dios, el viviente, te quitó tu vestido de luto<br />

para revestirte para una fiesta que no tiene fin.<br />

Sé que me esperas. Tal vez, en esta andadura te encontraré más veces,<br />

pero me encanta saber y haber podido comprender que “no se trata de<br />

saber si llegué a tiempo o no”. De lo que se trata es de vivir y vivir esperanzados,<br />

de acoger todo lo vivido contigo como un tesoro que me ha<br />

ofrecido la vida y que me permite seguir creyendo en la amistad y en<br />

Dios. [24 de septiembre de 2007]<br />

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