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nota la encíclica (nº 9) el Dios de que habla Aristóteles no ama, aunque es<br />
digno de ser amado o deseado por los hombres.<br />
Dentro de este uso general prevalece la concreción en el amor entre<br />
hombre y mujer, hecho de atracción, pasión y deseo; éros es amar apasionadamente,<br />
estar enamorado, “ una locura divina, que prevalece sobre la<br />
razón, que arranca al hombre de la limitación de su existencia y, en este<br />
quedar estremecido por una potencia divina, le hace experimentar la dicha<br />
más alta. De este modo, todas las demás potencias entre el cielo y la tierra<br />
parecen de segunda importancia” (nº 4). Y dado que la ebriedad de los<br />
sentidos no conoce medida ni forma, los trágicos griegos, como Sófocles,<br />
hablan del aspecto demoníaco del éros (el dios del amor se llama precisamente<br />
Éros) que hace olvidar razón, voluntad y sentido hasta el éxtasis.<br />
No satisface plenamente esta concepción puramente materialista, por<br />
lo que el mundo griego intenta espiritualizar en cierto sentido esta experiencia<br />
y aparece así el éros místico, con el que se quiere superar los propios<br />
límites para conseguir la perfección y la comunión con la divinidad.<br />
Esto se manifiesta en los cultos de la fertilidad, donde se glorifica el éros<br />
creador de la naturaleza, y en las religiones de los misterios en cuyos ritos<br />
se aspira a la unión del iniciado con la divinidad. Se pone así cada vez más<br />
en primer plano el aspecto espiritual de la unión, a pesar de que sigan<br />
usando imágenes y símbolos eróticos. El mundo griego, pues, usa ampliamente<br />
éros en sentido sexual craso, pero junto a esto manifiesta una aspiración<br />
a elevarse sobre el mundo de los sentidos. En el NT no aparece<br />
nunca el término.<br />
La encíclica con buen sentido pedagógico, pues no pretende ser un tratado<br />
exhaustivo, se centra en el aspecto sexual de éros y lo presenta como<br />
arquetipo de todo tipo de amor; es el amor entre hombre y mujer, que no<br />
nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone<br />
al ser humano (cf.nº 3). Recuerda que se le suele llamar amor «mundano»,<br />
amor ascendente, posesivo, amor de concupiscencia, que tiende al provecho<br />
propio; dice de él que suele manifestarse ebrio e indisciplinado, que<br />
implica una especie de elevación, un «éxtasis» hacia lo divino. El éros inicialmente<br />
es sobre todo vehemente, ascendente fascinación por la gran<br />
promesa de felicidad. Es una alegría, predispuesta en nosotros por el<br />
Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino.<br />
Analizando su origen, a la luz de Gen 1-2 afirma que el éros está como<br />
enraizado en la naturaleza misma del hombre y orienta al hombre hacia el<br />
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