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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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El nueve de carne<br />

Chucho Mago manifiesta en la salina mirada el desconcierto que<br />

deviene de la desobediencia..<br />

En la espalda de su memoria arden aún los peinillazos que le propina<br />

en el recuerdo, el aspecto furibundo y brutal de Onésimo Ferrebús.<br />

De eso hace unos cinco años y aún le arde la mirada. En la piel, en<br />

la presencia, incluso en la palabra pescador, arde el sol; nadie más y<br />

mejor lo testimonian. Pero de ahí a que le arda a Chucho la invocación<br />

<strong>del</strong> pretérito episodio… ¿Tanto así?<br />

Ocurrió que una noche, sacando pescao, luego de afanar tenazmente<br />

arrastrando un mandinga a la playa, en medio de una noche empeñada<br />

en ser más aún, pues devoraba las menudas y claras astillas que<br />

la luna refleja, no se percató que lo que agarraba en ese momento<br />

por la cola era un enorme tiburón, cuyo celaje clavó su hilera de<br />

dientes en lo que sirvió para proteger su rostro. Sorprendentemente<br />

medio dedo medio, de la mano derecha, longitudinalmente, le<br />

devoró la feroz sierra. Extrañamente a medida que fue cicatrizando,<br />

los huesos metatarsianos disminuyeron de diámetro y los tejidos se<br />

aglutinaron en la punta, al lado de la escasa uña. A los pocos meses,<br />

entre los nueve dedos y medio que le quedaron surgió otro nueve,<br />

justo en medio de la mano derecha. Semejante talla, atípica, inverosímil,<br />

biológi-camente asombrosa, no podía pasar desapercibida<br />

y mediante esa alta cualidad <strong>del</strong> pueblo de transmutar el infortunio<br />

en mágicas ocurrencias, sucedió que cuando el número de bolas<br />

más cerca <strong>del</strong> mingo sumaban nueve, levantaba la voz Manuel Trébol:<br />

“—¿Cuántas bolas llevamos, Chucho?—”; y éste, levantando<br />

el brazo y apuntando con el dedo medio, como quien solicita un<br />

derecho de palabra, sin inhibirse, probablemente sin morbosidad,<br />

gestualmente decía: “¡Nueve!”.<br />

Si por casualidad, al final de una ronda en el juego de dominó<br />

—que con frecuencia ocurría en la acera, frente a su bodega— la<br />

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