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de l,80 del piso a la coronilla, ciento y pico —pico de alcatraz— kilos de espesor, imponente presencia, calurosa y reluciente. Con la voz arrancando frenada a propósito del palo atravesado, pudo el desobediente manifestar su negación gestual. “Si no te aplicas la untura no te vas a curá de eso”. La cabeza proseguía enterrada en la fibra de moriche, donde ruge. “Déjalo que se joda”, respondió de espaldas la corpulenta mujer. 56
La botica de untura La mañana del día siguiente, dos cafés están al lado de la hamaca, el de la taza y quien lo lleva; al entregárselo, Paula inquiere: “¿Te vas a dejá poné la untura?”. Ya había despedazado el trozo de palo. Agarró la taza, pero rechazó la untura. Pedro López aguarda con una sonrisa apurada, que dice: ¡qué terquedad tan grande! A eso de las seis y media, dos noches entran a la habitación de los rugidos, la del día que fenece y la que le lleva un vaso con cocimiento de hojas de mango, con dos enormes lunas llenas por los cuales ve, y le pregunta, severa y firmemente: “¿Te pongo la untura?”. Esta vez recibe el vaso, pero también rechaza lo que Paula ofrece aplicarle, quien le responde de nuevo en términos de su apellido. No supo si se durmió o se desmayó, pues el dolor arreciaba progresivamente. Fue antes del amanecer que, entre dormido y despierto, en esa extraño estado de estar sin estar, que el rostro de Marcolina y el de Nicomedes aparecían enormes, fusionados dictaminando alternadamente, a medida que emitían un mensaje, a través de una voz, a veces anciana, a veces maternalmente juvenil, que por profunda parecía proceder del vientre sideral y que estremecía sus huesos: “¿Sabes dónde están los botes, Virgen del Valle 11, que salvan en medio del temporal de la vida? ¿Lo sabes? A pocos dedos de tus cejas. Ahí están esperando por Ti”. Cantó el gallo, se dio cuenta que habitaba el cuerpo otra vez, cuando la llama de la vela que alumbra la imagen de San Rafael Arcángel, tornea su asombro. Había regresado, mas, el eco entrañable venía tras él… El 23 por la mañana fue a buscarlo varias veces, a su hogar, Luis Germán Lander, Rigoberto Alcalá y un mayor vestido de civil, de apellido Vivas, como nunca, con sombrero de cogollo. Hasta ese día duró la terquedad; anhelaba ver a Paula a la hora en que le proponía su ofrecimiento. No llegó; Pedro esta vez llegó 57
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