Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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Ana Margarita<br />
Nicomedes se acercó ceremoniosamente al agua. Entre las olas se<br />
le encogió la longevidad, lentamente, cuando hizo de su mano la<br />
totumita en la que toma café, y sacó agua, la olió y la miró, como<br />
quien mira un amor, una criatura andar. Estiró sus ojos a los confines,<br />
en un extraño rito propio de quienes se integran con la naturaleza,<br />
y dijo a Cipriano en un tono sacro: “No salgas hoy, mijo; la mar no<br />
esta güena”. No le dio la espalda al mar. Retrocedió y fue cuando la<br />
ancianidad afloró en su laringe.<br />
La edad a Nicomedes se le perdió en el tiempo; sus 90 y tantos<br />
años son en verdad una sola arruga, repartida en pedacitos sobre<br />
el forro cobrizo de sus huesos. Ahí guarda celosamente también las<br />
sales y soles, el fragor de los temporales, aguaceros, azules celestes<br />
y marinos, estrellas, y el mayor de sus luceros, Ana Margarita,<br />
el recuerdo que lo trajo hace más de 40 años a La Borracha; una<br />
goleta se la llevó, junto con otros enfermos de lepra, desde Punta<br />
de Piedras, en Margarita, para ser confinada en Cabo Blanco, en La<br />
Guaira. Nicomedes la siguió en su velero y un temporal lo eructó<br />
en esta azul soledad.<br />
Allí la talló la punta de su recuerdo: A una larga piedra clavada en<br />
la playa, colocó sucesivamente otra parecida a un esbelto torso, y a<br />
este cuerpo robusto añadió otra de menor tamaño, ovalada; luego<br />
de pintar las piedras con cal cubrió hasta donde se supone de la<br />
figura, sea el vientre, con un pedazo de vieja atarraya, sin el plomo,<br />
de las que se emplean para pescar camaiguanas. Él la ve entrando<br />
a misa, en la capilla <strong>del</strong> Valle <strong>del</strong> Espíritu Santo, con el velo blanco<br />
de las mujeres vírgenes, más allá de la cintura. Extrañamente ni la<br />
sal ha podido arrebatar la cal, ni los huracanes arrancar el largo velo<br />
al monolito que invoca a su amor, que aquella vez dobló el horizonte<br />
y que, por profundo respeto, profesando un sacrificante voto<br />
de fi<strong>del</strong>idad, lo alojó en este más nunca insular, para honrar por el<br />
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