Canta la brisa en el trinar de pájaros Estaba prohibido llorar, gritar, sollozar. Estaba sitiado el contento; faltaban razones para ello. En cada esquina un soldado, con la mirada afilada, sin seguro. Era doble la prohibición de aguar el ver, pues se llevaba a guardar bajo tierra a un emisario de una de las expresiones más altas, y por ello poco comunes <strong>del</strong> desenvolvimiento humano: La alegría. Se trataba de un cultor mayor, cuya última, melódica y poética voluntad fue “le cantasen las brisas”. Aún así, van los pescadores serenamente desafiantes, armados de mar, con cuatro, guitarra, maracas, mandolinas, y el coro vegetal, que lo arranca el viento de la naturaleza, más los cantos de galerones, fulías, puntos de velorios, salves y puntos de navegantes. Le cantó, además, el cristofué su sagrada invocación. Las gotas de cielo que caen en el espacio cada vez que un azulejo vuela. La sangre viva de los cardenales congregados en su rojo ser; la áurea floración <strong>del</strong> araguaney; el duelo floral de transición de los apamates y la joroba fronda de los guayacanes. Los sangre ‘e toro, pico ‘e plata y las potocas, dialogando fusas en los matorrales. La huida espantada de las perdices; el demente trazar de los aguaitacaminos, torneando el aire. Las partículas de luz con que el viento amasa el ir de prisa de los arroceros, el luto halado de los conotos. El plumaje pigmentado de sol de los turpiales, los retazos de nubes cortadas por el vespertino vuelo de las tijeretas. La artesanal faena <strong>del</strong> Martín Pescador, bordando orillas; la infante algarabía de los caicaitos. La melódica majestad de la paraulata; el milagro artesanal, más el silbido inefable de los arrendajos. El follaje anárquico y polifónico de los loros cuando arriba, la extensa hebra verde vuela; el mayo que pintan los pericos bulliciosos, cuando cortan la tarde en tajos desordenados. El tatuaje de cal con que las garzas yerran los ocasos, y, sorprendentemente, un rosario de cotúas volando en collares. El 3 de mayo siguiente, en el Velorio de Cruz en homenaje a Pedro 70
López, medio nos enteramos de la suerte de Carúpano; más a<strong>del</strong>ante también de Puerto Cabello, y todo cuanto iba quedando <strong>del</strong> siglo XX en la Tierra de Gracia. 71
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