devorado por el ocaso. Quién sabe si el real amanecer le aguardaba… “Adiós, hermano querido”, le gritó Cipriano, y Tejada, llevado de la mano por una hija, levantó la escasa voz que le quedaba, con la paz de quien vomita una acidez de lustros o se despoja de un cilicio que castigaba su memoria. 74
Nicomedes , el vuelo de un alcatraz El 5 de julio, al aproximarse al templo de aguas donde ofició La Piedra y su rara e indescifrable escritura, quiso hacer el rito de rigor, y al ponerse de pie para la ofrenda, no estaba La Piedra; tampoco el lujoso yate ni el remolcador-grúa, ni las miradas estiradas de oscuro, ocultas tras larga-vistas. Aún cojeando y con buen tiempo, llegó Cipriano a La Borracha. Se alegró de ver a Ana Margarita, a cuyos pies está anclado el bote, más manojitos de algas y hojas frescas de bora. Sentía la necesidad entrañable de abrazarlo, palpar la arcana humanidad y ver sus dos botones, cuya luz ausente se le mudó a otros lugares, en la geografía de su cuerpo, y escuchar aquella voz que suena al hondo de las cosas. “Olvidé traele el aceite de coco”, se dijo a sí mismo. Observa cenizas de tabaco de pipa, varias huellas en la proximidad <strong>del</strong> aposento. Siguió llamándolo con fuerza y el lejos no hacía si no prolongar su voz, y al acercarse, el alcatraz que posa sobre la cabeza de Ana Margarita levantó el vuelo hacia el azul intenso, como nunca lo haría un alcatraz, y al acercarse a la pétrea mitad de Nicomedes, se dio cuenta que el garrote de mangle, que era para el anciano sagrado báculo, estaba en el interior <strong>del</strong> bote. Continuó buscándolo, cantando su nombre, sin melodía, a capella, mientras el coro de albatros, gaviotas y tigüitigüitos, le acompañaban, haciendo contrapunto. El 3 de mayo, cuando los luceros bordan La Cruz sobre el esternón <strong>del</strong> firmamento, en la Capilla de los Pescadores, a casi un año de su vuelo, al entregársele la rosa, en el canto ritual <strong>del</strong> galerón, esa noche, dos grandes gotas de onoto, mirando el madero atravesado y con la garganta agrietada, más la voz partida, Cipriano ofrendó así: Ruego a la Cruz Milagrosa de todo aquel que sienta ser niño convierta en espléndida y roja rosa 75
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