Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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La lección de los cangrejos<br />
A las cinco y media, con la ayuda de Clemente, Cipriano se dirige al<br />
hospital Razetti, acompañado de su hermana y una bandera blanca,<br />
para asegurarse que no les disparasen. La orden es abrir fuego<br />
contra todo lo que se mueva. Teniendo como muletas los hombros<br />
de su compadre y Guillermina, observan que la acera <strong>del</strong> hospital<br />
que da hacia la plaza Miranda es un sólo manto blanco que arropa<br />
cadáveres. Nunca un blanco fue tan funesto. Volvió el huracán Elena,<br />
esta vez circunscrito a su humanidad, a estremecer el mar de su<br />
alma con aguacero en sus ojos.<br />
Pasaron a costa de la prohibición de un soldado con ganas de añadir<br />
más sábanas a la acera.<br />
Uno a uno le fue levantando la sábana; los observaba con una<br />
muerte, como debe ser: plácida, resuelta, con ojos firmes, valientes.<br />
Al levantar una de tantas, su palabra quiso aflorar para decir<br />
—“compai, compai, hermano mío”—. Así quiso saludar aquella<br />
mirada, sin el granito de brillo en las pupilas, de quien es su más<br />
caro amigo, Luis Germán Lander: “¡Yo debiese estar contigo ahí, mi<br />
hermano! En casa tengo los cocos que debimos haber chocado hoy;<br />
allá en casa los tengo”. Le apretó la mano derecha y no se le había<br />
quitado la fiebre de la vida.<br />
Otro descorrer de sábana le muestra dos muertos en un solo cadáver:<br />
Emperatriz Sifontes, dirigente estudiantil, alta y hermosa; casi<br />
abarca toda la acera. Le suturaron con hilos de metralla, su juventud.<br />
Al unir las dos caras con la imaginación se puede determinar<br />
que juntó a los 22 años de su cuerpo, los 470 años <strong>del</strong> ancestral<br />
genocidio. Arde su semblante. Al reclamo adolorido de su padre,<br />
al habérsele arrancado la tercera de sus hijos, una ráfaga fue la<br />
respuesta. Se le salvó una pierna; la otra quedó en la mandíbula<br />
de un perro enorme, justo frente a Masico Silva; caminaría luego<br />
con la tercera, impulsado por las axilas.<br />
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