Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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El Florida<br />
Una mañana, luego de una infructuosa faena, se reunieron en asamblea,<br />
en la ranchería. Colocaron el cansancio de la larga jornada a un<br />
lado, guardaron bajo el techo de palma el manso ser, desanudaron<br />
la venda que hace imparcial el símbolo universal de la justicia e<br />
invocaron la ancestral agresión, cuando Cipriano, de pie, les dijo:<br />
“No se puede evitar lo inevitable”. Habían arribado a las mil y una<br />
vez, en la aritmética de la paciencia; hasta ahí llegó la cifra. Ya ardía<br />
el incendio en los severos ceños. “Las mujeres y los muchachos se<br />
van de aquí”, impartió la orden Cipriano, mientras la tribu levanta<br />
anclas y más de tres docenas de botes, de distintos tamaños, colores<br />
y grados de enardecimiento, navegan incontenibles, como olas<br />
de madera que se devuelven, abordadas por brasas humanas. La<br />
rastro-pescadora se había acercado a la costa mucho más aún de lo<br />
acostumbrado, en actitud evidentemente provocadora. Los cuatro<br />
sicilianos de repente se vieron rodeados; apenas tuvieron tiempo<br />
de ponerse el salvavidas y comenzaron a disparar; al bote de Jesús<br />
Millán le perforaron la quilla, y éste, de la indignación, aceleró el<br />
motor y lo estrelló contra la enorme nave, como para leudar su ira<br />
Los usurpadores disparan a las olas, al viento, a las espumas revueltas,<br />
circundan la nave escuala, luego, el susto mueve el blanco<br />
en una mano temblorosa.<br />
Entre los árboles de mangle y la playa un puñado de multitud, de<br />
mujeres, ancianos y niños, levanta los brazos, gritando y enviando<br />
viento a la llama que arde en torno a la retadora embarcación.<br />
Cuando los sicilianos ven la docena de pechos peludos, robustos<br />
y desafiantes sobre cubierta, sólo uno queda allí; el resto se lanza<br />
al agua. Jesús Millán se abalanza sobre el flaco y desgarbado Doménico,<br />
quien pistola en mano clama “—¡Por la mía mamma, por<br />
la mía mamma!—” le arrebata la pistola y lo aprieta como sabe<br />
hacerlo una mano que desarma hocicos de caimanes. Un líquido<br />
tibio le mojó el pie y al olor a pez de la brisa le sucedió un metano<br />
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