Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

del cauce. Ningún fondo es bueno, incluso, el marino; ahí los había
colocado el dolor, la peor imaginación, el desconsuelo. A partir de
entonces Eugenio, el pastor del culto cercano al solar, designó simbólicamente
al rebelde músico, como Cipriano de Tarso.
Al día siguiente, con la espalda ardiendo de abrazos y sol, se dirigen
a la Aduana, al otro extremo de Barcelona, de donde traerán en
procesión, con música, cohetes y veneración sorprendente, la Cruz
de Ramón Florecido, igual que los sobrevivientes, náufraga; fue
encontrada pequeñita en la playa de Maurica, a mediados del siglo
XVIII, procedente tal vez de algún barco que zozobró. Ha crecido
de tal manera que ya está del tamaño de Pedro López. La acción
de gracias ante un naufragio, evoca el de la Cruz, que un pescador
llamado Ramón Florecido levantó entre las espumas y a la que el
pueblo rinde tributo con especial veneración. El Velorio se hará con
carato, galerones, fulías, guarapita, empanadas, amorcito y ron con
ponsigué.
Vienen con música que sacan de féminas caderas, forradas de tensas
cuerdas y pulidas maderas, Pablo Cueche con el cuatro, Ramón
Cotorra en la guitarra, Julio Salcedo en la mandolina y Cabilla, en las
maracas. Le aguarda en el solar un altar de palmas de coco, ramas
y hojas de uva e playa, flor de la reina, puticas, margarita silvestre,
machete, trinitarias, isoras, astromelias, girasoles, rosas, cayenas,
capachos, malabares, nardos y jazmines, y la mayor, más exótica, de
divinal colorido y más fragante de cuantas flores pudo Dios sembrar
sobre la piel de la especie humana: La alegre gratitud.
Ahí se le oyeron estos versos que parió, profunda, la garganta de
Pedro López:
Santísima Cruz Divina
de Ramón Florecido
te ruego y a la vez te pido
ampárame en las aguas marinas
si la suprema Ley se inclina
en que se cumpla mi destino
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