epoca cismática - Autores Catolicos

MAGISTERIO
Vaticano II: El corazón de María y su relación con la
humanidad como medio divino que la endiosa
“Para glorificar su Nombre”, Rm. 1.
“La Virgen María, que según el anuncio del Ángel
recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y
entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como
verdadera Madre del Redentor. Redimida de un modo
eminente en atención a los méritos futuros de su Hijo y
a Él unida con estrecho e indisoluble vínculo, está
enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser
la Madre de Dios Hijo y por tanto la hija predilecta
del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don
de gracia tan eximia, antecede con mucho a todas las
criaturas celestiales y terrenas. Al mismo tiempo ella
está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres
que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente
madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con
su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles que son
miembros de aquella cabeza, por lo que también es
saludada como miembro sobreeminente y del todo singular
de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en
la fe y caridad, y a quién la Iglesia católica,
enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto
de piedad como Madre amantísima”. (Página memorable del
Concilio Vaticano II, L. G. N. 53).
Es de esperar que el lector tenga mente poética –
ajena a un estrecho fisicismo historicista- para no
encerrar los mares de la gracia y del amor divino en
tubos de media pulgada.
Todo lo que sea salirse de aquí es empequeñecer la
misericordia divina, hacerla infrahumana, y no entender
la hermandad de los humanos ni tampoco en qué consiste
la salvación transformante en Dios mismo sin dejar de
ser criaturas. ¡Pobres y miserables católicos si no
luchamos a brazo partido por adentrarnos en esta obra
de inefable amor¡ ¡La Iglesia católica es la verdadera
por cuanto es la idea de Cristo entorno a Pedro, pero
los católicos nos vemos ante una gravísima
responsabilidad que no se solventa siendo católicos sin
más! ¡Hemos de rendirnos a Dios en su afán de
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