epoca cismática - Autores Catolicos

EXÉGESIS
Dios nunca dejó de proponerse como esperanza en medio
del campo de Marte de la historia humana.
Ya desde el principio Dios siempre va iluminando
la estrella de la esperanza del pueblo elegido para ser
lumbrera de su salvación. Y nosotros ahora la vemos de
nuevo pensando en la grandeza que vemos en Cristo,
Mesías divino. Sobre tanto mal, fracasos, pecados, Dios
luce en la hontananza, siempre preocupado por su pueblo
santo. Se pinta de rey o de sacerdote, de profeta
excelso. Es lo que conocen los hombres de bueno:
sueñan con grandezas de corte terreno, espejo con vaho
que impide ver claro lo que Dios prepara para los
humanos. Es pobre la imagen, pero es lo mejor con lo
que contamos de lo que será el que Dios envíe para su
consuelo.
En la profecía de que el Mesías sería hijo de
David, hemos de considerar. No es el Reino de David,
sino el que a David fue prometido, no es algo terrenal,
no es un templo hecho por el hombre, es hecho por Dios.
Por eso Jesús llama templo a su propio cuerpo, y El es
Dios mismo. Jamás será destruido como los demás, que
hoy son un muro de lamentación. El templo es Dios mismo
que es su propia casa en incluso en María y en la
Eucaristía.
Jesús es Dios vivo y el templo es allí donde Él
está. David recibe una promesa que ni sospechar
pudiera: “Tu casa y tu reino durarán para siempre”, 2
Sam.7. Pero no es algo terrenal, por eso no puede, no
es capaz humano hacer semejante templo que pueda a Dios
albergar como Jesús, Señor nuestro. Es por lo que el
salmo canta con toda razón y ley: “Tu misericordia es
un edificio eterno, Tú eres mi padre, mi rey porque Tú
eres mi Señor”, Ps.88.
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