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Joseph Conrad - Dirección General de Bibliotecas - Consejo ...

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la aventura. La primera noche <strong>de</strong> Navidad que<br />

he pasado lejos <strong>de</strong> la tierra la ocupé en el golfo<br />

<strong>de</strong>l León escapando <strong>de</strong> la persecución <strong>de</strong> una<br />

tempestad que hacía gemir todas las cua<strong>de</strong>rnas<br />

<strong>de</strong>l viejo barco que saltaba sobre les ondas, hasta<br />

que pudimos ponerlo, estropeado y sin aliento,<br />

al abrigo <strong>de</strong> Mallorca, allí don<strong>de</strong> la superficie<br />

pxihda <strong>de</strong>l agua se rayaba <strong>de</strong> furiosas ráfagas <strong>de</strong><br />

viento bajo un cielo tormentoso.<br />

Nosotros, o más bien ellos (porque apenas<br />

en mi vida había entrevisto yo dos veces el agua<br />

salada) lo mantuvieron firme y en rumbo y yo<br />

escuchaba por primera vez, con la avi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> mi<br />

juventud, la canción <strong>de</strong>l viento en el parejo <strong>de</strong><br />

un navio. Monótona y vibrante, la canción estaba<br />

<strong>de</strong>stinada a crecer en mi corazón, a pasar a<br />

mi sangre y a mis huesos, a acompañar los sentidos<br />

los pensamientos y los actos <strong>de</strong> dos décadas<br />

cabales, a habitar aún, como un reproche, mi<br />

quietud ante el fuego <strong>de</strong> mi fuego <strong>de</strong>l hogar, a<br />

entrar en la textura misma <strong>de</strong> respetables sueños<br />

impunemente evocados bajo un techo <strong>de</strong> vigas<br />

y <strong>de</strong> tejas.<br />

La cosa (no la llamaré dos veces navio en la<br />

misma media hora) hacía agua. Hacía agua francamente<br />

y generosamente, como un cesto: por<br />

todas partes. Y yo tuve parte entusiasta en la<br />

excitación causada por esta enfermedad última<br />

<strong>de</strong> los nobles barcos, pero sin preocuparme mucho<br />

<strong>de</strong>l por qué o el cómo. Al envejecer, aquella<br />

venerable antigualla bostezaba <strong>de</strong> tedio por sus<br />

iimumerables costillas. Pero en aquella época yo<br />

no lo sabía, o sabía en general muy pocas cosas,<br />

y aun menos sabía "qué hacía yo en esa galera".<br />

Recuerdo que, exactamente como en la comedia<br />

<strong>de</strong> Moliere, planteaba mi tío esa famosa<br />

pregunta en los mismos términos, y me la planteaba<br />

en una carta cuyo tono burlón e indulgente<br />

disimulaba mal su inquietud casi paternal. Imagino<br />

que intenté inculcarle la impresión (evi<strong>de</strong>ntemente<br />

no fundamentada) <strong>de</strong> que las Antülas<br />

esperaban mi llegada. Por lo tanto, había que ir a<br />

ellas. Esto era una especie <strong>de</strong> convicción mística,<br />

algo como un llamado. Pero era muy incómodo<br />

exponer inteligiblemente los porqués <strong>de</strong> esta<br />

creencia a un hombre <strong>de</strong> lógica rigurosa si bien<br />

<strong>de</strong> una infinita caridad. Lo verosímil es que yo,<br />

<strong>de</strong> ningún modo versado en las artes <strong>de</strong> aquel astuto<br />

griego engañador <strong>de</strong> los dioses, amante <strong>de</strong><br />

mujeres extrañas y, evocador <strong>de</strong> sombras sedientas<br />

<strong>de</strong> sangre, aspiraba a empren<strong>de</strong>r mi propia<br />

odisea oscura, que, como convenía a un homt<br />

mo<strong>de</strong>rno, iría con sus <strong>de</strong>slumbramientos y sus<br />

terrores más allá <strong>de</strong> las columnas <strong>de</strong> Hércules.<br />

Y el <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso océano no se abrió entero para<br />

tragar mi audacia, aunque el na\áo, la ridicula y<br />

vetusta galera <strong>de</strong> mi locura, aquella vieja carreta<br />

rechinante, cansada y escéptica, parecía muy<br />

dispuesta a romperse y a tragar tanta agua salada<br />

como pudiera.<br />

Pero no se produjo ninguna catástrofe. Viví<br />

para contemplar en una ribera extraña a una joven<br />

y bella Nausicaa escoltada por un regocijado<br />

séquito <strong>de</strong> sirvientas que llevaban cestas <strong>de</strong> ropa<br />

hasta un claro arroyo, a la sombra <strong>de</strong> esbeltas<br />

palmeras. Los vivos colores <strong>de</strong> <strong>de</strong> sus ropajes y<br />

el oro <strong>de</strong> sus aretes revestían sus personas <strong>de</strong> una<br />

bárbara y majestuosa magnificencia mientras<br />

iban con im paso leve bajo el tamizado chorrea<br />

<strong>de</strong> la luz <strong>de</strong>l sol. La blancura <strong>de</strong> sus dientes er<br />

más esplendorosa aun que las joyas en sus orejas.<br />

La pendiente sombría <strong>de</strong> la hondonada resplan<strong>de</strong>cía<br />

<strong>de</strong> sus sonrisas. Mostraban tan poca<br />

confusión que parecían princesas, pero, ¡ay!,<br />

ninguna era la hija <strong>de</strong> un soberano negro como<br />

el ébano. Tal era para mí el infortunio <strong>de</strong> haber<br />

llegado un poco <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong> a un mundo<br />

en que los reyes se han rarificado con una es<br />

cíindalosa rapi<strong>de</strong>z y en que los muy pocos que<br />

subsisten han adoptado los usos y costumbres<br />

corrientes <strong>de</strong> los meros millonarios. Sin duda no<br />

podía ser sino una vana esperanza, en 187..., esperar<br />

ver a las damas <strong>de</strong> una casa real venir bajo<br />

el sol tamizado, bajo la fronda <strong>de</strong> las palmeras,<br />

con cestas <strong>de</strong> ropa en la cabeza, y llegar a las<br />

márgenes <strong>de</strong> un arroyo. Vana esperanza. Y si no<br />

me pregunté si la vida aún valía la pena <strong>de</strong> ser vivida,<br />

<strong>de</strong>bió ser porque había en mí muchas otras<br />

preguntas que me urgían y <strong>de</strong> las que sigo no teniendo<br />

respuesta. Las voces rientes y sonoras <strong>de</strong><br />

aquellas fastuosas muchachas inquietaban a un^<br />

multitud <strong>de</strong> coHbries cuyas alas <strong>de</strong>licadas coroT<br />

naban con la bruma <strong>de</strong> su vibración la cresta <strong>de</strong><br />

los arbustos floridos.<br />

17<br />

JOTO DE MÉXICO<br />

No, no eran princesas. La franca risa que llenaba<br />

la cálida hondonada tapizada <strong>de</strong> heléchos<br />

tenía esa limpi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> alma <strong>de</strong> los habitantes<br />

salvajes e inhumanos <strong>de</strong> las selvas tropicales,<br />

siguiendo el ejemplo <strong>de</strong> algunos pru<strong>de</strong>ntes viajeros,<br />

me retiré <strong>de</strong> aUí sin haber adquirido más<br />

saber, y me volví hacia el Mediterráneo, mar <strong>de</strong><br />

las aventuras clásicas.

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