Joseph Conrad - Dirección General de Bibliotecas - Consejo ...
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-¡Enclenque, haragán, campesino... tómate<br />
esta! -aulló.<br />
Se agazapó Kayerts tras la mesa y la banqueta<br />
fue a dar en la hierba <strong>de</strong> la pared interior <strong>de</strong>l<br />
cuarto. Luego, como Carlier tratara <strong>de</strong> volcar la<br />
mesa, Kayerts, en su <strong>de</strong>sesperación dio un salto<br />
ciego con la cabeza baja como lo haría un cerdo<br />
arrinconado y, habiendo <strong>de</strong>rribado a su oponente,<br />
saltó a la galería y entró en su cuarto, don<strong>de</strong><br />
atrancó la puerta, tomó el revólver y se <strong>de</strong>tuvo<br />
ja<strong>de</strong>ante.<br />
Menos <strong>de</strong> un minuto tardó Carlier en dar puñetazos<br />
en la puerta y aullar:<br />
-jSi no traes ese azúcar te pego un tiro como<br />
a un perro.jEa!... ¡A la una... a las dos... a las<br />
tres...? Ah, ¿no? ¡Pues ahora verás quién manda<br />
aquí!<br />
Kayerts creyó que la puerta cedía y se lanzó<br />
a través <strong>de</strong>l agujero cuadrado que servía <strong>de</strong><br />
puerta a su cuarto. Estaba ya la anchura <strong>de</strong> la<br />
casa entre ambos. El otro no tuvo, al parecer,<br />
fuerza suficiente para <strong>de</strong>rribar la puerta y Kayerts<br />
lo oyó correr para dar la vuelta a la casa.<br />
También echó a correr él, trabajosamente por sus<br />
piernas abotagadas. Corría lo más velozmente<br />
que podía, empuñando el revólver, y con temor<br />
a lo que podía suce<strong>de</strong>r. Vio sucesivamente la<br />
casa <strong>de</strong> Makola, el almacén, el río, el barranco,<br />
las malezas bajas. Y lo vio otra vez al dar nuevamente<br />
vuelta a la casa. ¡Y por la mañana no<br />
habría podido dar diez pasos sin quejarse! Todo<br />
centelleaba ante sus ojos.<br />
Corría, corría. Corría con tal celeridad que<br />
perdió <strong>de</strong> vista al otro.<br />
Luego, cuando ya cansado y <strong>de</strong>sesperado<br />
pensaba: "Si doy otra vuelta me muero", oyó<br />
que él se tropezaba y caía. A su vez se <strong>de</strong>tuvo.<br />
Estaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la casa y Carlier <strong>de</strong>lante<br />
<strong>de</strong> ella, como al principio. Oyó que Carlier en<br />
una silla echando maldiciones, y <strong>de</strong> pronto se<br />
le doblaron las piernas, su espalda resbaló por<br />
la pared y quedó sentado. Con la boca seca, con<br />
sabor a ceniza, la cara sudorosa y... y lágrimas.<br />
¿Por qué sucedía esto? Pensó que era una pesadilla,<br />
una alucinación, horrible, o el <strong>de</strong>lirio <strong>de</strong><br />
la locura. Pero pasado un rato pudo reflexionar.<br />
¿Por qué se peleaban? ¡Por el azúcar! ¡Absurdo!<br />
Le daría el azúcar... él no quería el azúcar para<br />
nada. Y trató <strong>de</strong> ponerse en pie con un repentino<br />
sentimiento <strong>de</strong> seguridad. Pero antes <strong>de</strong><br />
erguirse una serena reflexión lo volvió a sumir<br />
en la <strong>de</strong>sesperación: "Si cedo ahora a ese bruto,<br />
ese soldadote, mañana comenzará otra vez<br />
este horror... y pasado mañana y pasado-pasado<br />
mañana... cada día tendrá más pretensiones, me<br />
atropellará, me atormentará, me hará su esclavo...<br />
y estaré perdido, ¡perdido! Y el vapor que<br />
tanto tarda en volver... que no volverá nunca".<br />
Tan agitado estaba que volvió a sentarse en el<br />
suelo. Se estremeció, <strong>de</strong>samparado. Sintió que<br />
ni querría ni podría moverse ya. Lo enloquecía<br />
la súbita percepción <strong>de</strong> que ya no había salida<br />
para él... <strong>de</strong> que su muerte y su vida estaban en<br />
el filo <strong>de</strong> la navaja.<br />
De repente oyó al otro echar atrás su silla,<br />
y saltó en pie con gran dificultad. Se puso a<br />
escuchar y se confundió. Otra vez a correr.<br />
¿Derecha o izquierda? Oyó pasos y se lanzó<br />
a la izquierda, empuñando con más fuerza el<br />
revólver, y en el mismísimo instante chocaron<br />
violentamente él y Carlier y gritaron por la sorpresa.<br />
Sonó un disparo, un rugido, hubo una<br />
llama roja y humo acre, y Kayerts, ensor<strong>de</strong>cido<br />
y cegado, cayó hacia atrás pensando: "Me<br />
hirió... Se acabó." Luego oyó un chasquido al<br />
otro lado <strong>de</strong> la casa, como si alguien cayese<br />
<strong>de</strong> golpe en una silla... Después, silencio. No<br />
hubo más. No se moría. Sólo sentía el hombro<br />
como <strong>de</strong>sencajado, sentía la ausencia <strong>de</strong>l revólver.<br />
Estaba inerme y sin ayuda, esperando su<br />
sino. Del otro nada se oía. ¿Estratagema? O tal<br />
vez estaría acechando, apuntándolo con el revólver.<br />
¿Dón<strong>de</strong>? Quizá en cualquier momento<br />
dispararía.<br />
Tras unos momentos <strong>de</strong> agonía <strong>de</strong>cidió salir<br />
al encuentro <strong>de</strong> su suerte, dispuesto a ce<strong>de</strong>r a<br />
todo. Volvió la esquina, buscando apoyo en la<br />
pared: dio unos pasos y casi se <strong>de</strong>smayó. Había<br />
visto, en tierra, asomar en el otro extremo las<br />
pies <strong>de</strong> un hombre tendido. Unos pies blancos,<br />
en babuchas rojas. Con angustia mortal estuvo<br />
un rato en espera. Entonces se le presentó Makola<br />
diciéndole en voz queda:<br />
-Venga, señor Kayerts. Está muerto.<br />
Rompió en lágrimas y sollozos <strong>de</strong> gratitud.<br />
Pasado un rato, se encontró sentado en una silla<br />
y mirando a Carlier tendido boca arriba. Makola<br />
estaba arrodillado junto al cuerpo.<br />
-¿Es suyo este revólver? - preguntó Makola<br />
poniéndose en pie.<br />
-Sí -dijo Kayerts-. Corría <strong>de</strong>trás para matarme...<br />
Usted lo vio.