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Joseph Conrad - Dirección General de Bibliotecas - Consejo ...

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guardaba, envuelto en el consabido papel, un puñado <strong>de</strong> cortísimos pelos ca­<br />

nos. El letrero <strong>de</strong>cía, con una letra angulosa, elegante y voluntariosa: Cabello<br />

<strong>de</strong> la barba <strong>de</strong> mi querido papacito, cortado cuando lo metió Homero en la mortaja.<br />

Las madrugadas mercédicas, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la obligada incursión en la cocina<br />

y la lenta <strong>de</strong>gustación solitaria <strong>de</strong> la espuma, estaban <strong>de</strong>dicadas a cuidar <strong>de</strong><br />

su buena colección <strong>de</strong> macetas que parecían dar sus flores aun fuera <strong>de</strong> estación<br />

y en contra <strong>de</strong> los malos tiempos, no raros en México. Meche<strong>de</strong>s, con<br />

sonrisa triunfal, le <strong>de</strong>cía a Carlín:<br />

-Hay que hablar con las plantas, <strong>de</strong>cirles el amor que se les tiene, pero <strong>de</strong>mostrárselos<br />

cuidándolas siempre bien, regándolas a tiempo, curándolas <strong>de</strong><br />

las plagas y ¡mira m'ijito, así respon<strong>de</strong>n! Aunque creas que son tonterías<br />

<strong>de</strong> vieja ignorante y provinciana... que lo soy y lo reconozco... si te les<br />

acercas y les hablas, pero con sinceridad (eso siempre lo notan, no sé cómo<br />

le hacen, pero lo notan), se pue<strong>de</strong>n convertir en tus mejores confi<strong>de</strong>ntes,<br />

sobre todo porque sólo muy pocas gentes entien<strong>de</strong>n lo que dicen... y así,<br />

por lo confuso <strong>de</strong> su idioma, conservan tus secretos.<br />

Des<strong>de</strong> las cinco <strong>de</strong> la madrugada, Meche<strong>de</strong>s, cubierta sólo por su camisón<br />

<strong>de</strong> pintitas, aunque fuera invierno y a pesar <strong>de</strong> su en<strong>de</strong>blez pulmonar, acudía<br />

al jardincillo y durante horas interminables podaba, acariciaba y arreglaba<br />

sus flores, con las que entablaba largas conversaciones, entreveradas al parecer<br />

con confi<strong>de</strong>ncias, pues se le oía reír, enojarse, discutir y probablemente<br />

soltar lágrimas. Todos supusimos siempre que la solterona aprovechaba este<br />

tiempo para refugiarse en su mundo pretérito, en sus recuerdos, sobre todo<br />

porque las pocas ocasiones en que alguno <strong>de</strong> la familia la sorprendió en esas<br />

activida<strong>de</strong>s, notó rastros <strong>de</strong> llanto, pronto borrados por el invariable buen<br />

humor matutino <strong>de</strong> Meche<strong>de</strong>s, que se iba <strong>de</strong>teriorando con el paso <strong>de</strong>l día<br />

hasta culminar en ciertas ocasiones, no sujetas a previsión ni fecha conmemorativa<br />

alguna, en violencia apenas reprimida.<br />

Para los jóvenes Esquivias esos momentos mañaneros eran sustanciosísimos<br />

pues venían in<strong>de</strong>fectiblemente acompañados <strong>de</strong> la compHcidad <strong>de</strong> la tía<br />

que, tras una mirada in<strong>de</strong>finible, les regalaba las golosinas prohibidas con<br />

una mezcla <strong>de</strong> celo alimenticio, travesura y orgullo <strong>de</strong> burlar las consignas<br />

familiares.<br />

Hacia las tres <strong>de</strong> la madrugada Meche<strong>de</strong>s bajaba <strong>de</strong> puntillas, envuelta en<br />

su largo camisón <strong>de</strong> mascota, los rechinadores escalones <strong>de</strong> la casa y ponía<br />

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ÍIBUOTECADÍ MÉXICO

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