Joseph Conrad - Dirección General de Bibliotecas - Consejo ...
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Por las tar<strong>de</strong>s, sentada al rescoldo <strong>de</strong> una ventana que miraba al norte,<br />
Meche<strong>de</strong>s urdía con lentitud sus prodigios <strong>de</strong> hilaza, que le insinuaban pro<br />
bablemente las blanduras <strong>de</strong> una almohada, <strong>de</strong> un edredón o las tibiezas<br />
<strong>de</strong> una sobrecama matrimonial... que nunca llegaron. Jamás le corría prisa<br />
por acabar sus interminables labores, porque, Penelope inversa, su intención<br />
pertenecía no al futuro, sino a un pasado irrecuperable, lleno <strong>de</strong> tanto cariño,<br />
hermosura y gentileza, <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprendimiento tan auténtico, que habrian colmado<br />
a cualquier hombre, cuando menos a los <strong>de</strong> la vieja guardia, coetáneos<br />
<strong>de</strong> Meche<strong>de</strong>s, como Alfredo: largo suspiro obligado, ojos nostálgicos, gran<strong>de</strong>s<br />
ojos negros, orlados ahora <strong>de</strong> surcos nacidos <strong>de</strong> interminables años <strong>de</strong><br />
ausencia, insatisfacción y vanas suposiciones sobre lo que pudo haber sido.<br />
Alguna vez Carlos hijo (Carlín es tan dulce... Dieguito también lo es, pero<br />
a su manera brusca), siempre pendiente <strong>de</strong> los mínimos secretos familiares,<br />
creyó haberle oído <strong>de</strong>cir que Alfredo (aquel lejano Alfredo sonorense, tal<br />
vez muerto, <strong>de</strong> una muerte omnipresente para Meche<strong>de</strong>s) se había perdido<br />
todo eso. Y como si este recuerdo, no por impertinente y remoto menos<br />
intenso, la estimulara a reanudar una batalla en que salió <strong>de</strong>rrotada por el<br />
<strong>de</strong>sistimiento amoroso que todo lo hace irremediable, la tía Meche<strong>de</strong>s, con<br />
los ojos enturbiados por las lágrimas, empuñaba <strong>de</strong> nuevo los instrumentos<br />
<strong>de</strong> su encanto inútil, rechazado, y <strong>de</strong>shilaba, bordaba, tejía y componía sin<br />
<strong>de</strong>tenerse manteles, servilletas, colchas y carpetas. Sus parientes pensaban<br />
que quería cerciorarse <strong>de</strong> que la casa matrimonial que nunca tuvo habría ostentado<br />
todos los adornos que hacen grata la vida, o que lo hubieran hecho<br />
cincuenta, sesenta años antes, cuando el amor conyugal se entendía como<br />
caballerosidad formal y solvencia crematística <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> los hombres, y,<br />
<strong>de</strong>l lado <strong>de</strong> las mujeres, abnegación económica (contigo, pan y cebolla), tino<br />
social, ñngida ceguera acomodaticia ante el adulterio, pericia cocineril y<br />
buen sentido común para la educación moral <strong>de</strong> los hijos.<br />
Carlos chico, pendiente <strong>de</strong> todo lo relativo a sus diversas tías quedadas<br />
que, a fin <strong>de</strong> cuentas, habían contribuido <strong>de</strong>finitivamente a su formación<br />
moral, sus gustos, sus aficiones, su habilidad para pulverizar al prójimo mediante<br />
pullas y sarcasmos (especialidad familiar), sus costumbres, sus titubeantes<br />
aproximaciones a lo religioso o, mejor dicho, a lo eclesial, reflexionó<br />
muchas veces en esas existencias provincianas, vetustas, confinadas en<br />
una al<strong>de</strong>a semi<strong>de</strong>sértica, tatemadas por un sol canicular invariable que les<br />
calcinaba el "celebro" y les mellaba la protesta y el mal humor organizados,<br />
diluyéndolos en una bonhomía bronca y como a regañadientes, que era lo<br />
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OE MÉXICO