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Joseph Conrad - Dirección General de Bibliotecas - Consejo ...

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callada, transigía en la peor <strong>de</strong> las abominaciones: que le pusieran una in­<br />

yección, pero, eso sí, ¡sólo que lo hiciera el propio Mero en persona!<br />

Cuando alguien, muchos años antes, le preguntó por qué llamaba Mero a<br />

su hermano, profesionista <strong>de</strong> tantas polendas, tan respetado y admirado en el<br />

"protomedicato", Meche<strong>de</strong>s, sin iimiutarse, contestó ¡porque no es nomas<br />

el mejor médico <strong>de</strong>l mundo, con un ojo clínico infalible y una gran expe­<br />

riencia en su profesión y el hombre más cultivado que conozco, sino el mero<br />

mero en muchas otra cosas, en el terreno <strong>de</strong> lo familiar y <strong>de</strong> lo amistoso!<br />

Por absurdo que parezca, Merce<strong>de</strong>s sólo empleaba para la economía <strong>de</strong> su<br />

salud una lavativa diaria que, contra cualquier previsión, parecía robustecerla.<br />

En su recámara había reunido su pequeño universo: todo lo que necesitaba<br />

y todo lo que la satisfacía estaba allí, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los asuntos cotidianos hasta<br />

los menesteres celestes. Tras el ropero <strong>de</strong> luna había un diminuto espacio<br />

triangular que daba a su baño privado y allí guardaba, en perfecta higiene<br />

y lugar <strong>de</strong> honor, junto al lavabo en que hacía sus abluciones continuas, el<br />

estrambótico aparato <strong>de</strong> sus paradójicas medicaciones.<br />

Instalada al lado <strong>de</strong> un mínimo jardín que sólo <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> sus vigilias, Meche<strong>de</strong>s<br />

guardaba los implementos con que excavaba la tierra, podaba, regaba<br />

y acicalaba las plantas, casi inevitablemente rosas, claveles y hortensias,<br />

aunque alguna vez permitió que las acompañaran, en carácter <strong>de</strong> huéspe<strong>de</strong>s,<br />

una o dos matas <strong>de</strong> geranios y alguna abominable violeta, porque Meche<strong>de</strong>s<br />

sostenía con vigor que la suposición calumniosa que habla <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>stia<br />

genuina <strong>de</strong> esas flores <strong>de</strong>smorecidas y blan<strong>de</strong>ngues provenía <strong>de</strong> la Violeta<br />

Cajiga, ricota vecina <strong>de</strong> Hermosillo, a quien se le había ocurrido propalar<br />

semejante tonteria sin fundamento alguno, porque siempre ansiaba distinguirse<br />

<strong>de</strong> todos, aunque fuera por sus inventos, <strong>de</strong>masiado elementales, por<br />

lo <strong>de</strong>más, para escapar a su perspicacia.<br />

CatóHca semiobservante, no <strong>de</strong>masiado propensa a visitar la misa, Meche<strong>de</strong>s<br />

cumpHa sus propios rituales religiosos, pues leía a veces vidas <strong>de</strong><br />

santos o tenía pláticas <strong>de</strong> esos temas con sus amigas sonorenses quienes, mal<br />

que bien, seguían rutinas eclesiásticas similares.<br />

En su universo íntimo ocupaban lugar eminente las <strong>de</strong>scoloridas fotos famihares<br />

y una serie <strong>de</strong> cajas <strong>de</strong> múltiples proce<strong>de</strong>ncias y formas: aUí guardaba<br />

los más insospechados objetos, todos clasificados en pequeñas hojas <strong>de</strong> papel<br />

cebolla. Por ejemplo, en una cajita <strong>de</strong> Vick Vaporub <strong>de</strong> exterior inocente

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