Joseph Conrad - Dirección General de Bibliotecas - Consejo ...
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el centro <strong>de</strong> la corriente. Y no tenían ánimo <strong>de</strong><br />
apartarse <strong>de</strong> la factoría para cazar. A<strong>de</strong>más, en<br />
la selva impenetrable no había caza. Carlier, en<br />
cierta ocasión, miró un hipopótamo en el río,<br />
pero como carecieron <strong>de</strong> bote para ir a buscarlo,<br />
se hundió. Cuando volvió a notar se lo llevaba<br />
la corriente y los <strong>de</strong> Gobila se apo<strong>de</strong>raron <strong>de</strong><br />
la res. Lo cual dio motivo a fiesta y banquete y<br />
Carlier, furioso, habló <strong>de</strong> la necesidad <strong>de</strong> exterminar<br />
a todos los negros para hacer <strong>de</strong>l país un<br />
lugar habitable. Kayerts, que apenas podía andar<br />
<strong>de</strong> entumecidas que tenía las piernas, estaba<br />
huraño y silencioso, pasaba las horas mirando<br />
el retrato <strong>de</strong> su Melie, que era una muchachita<br />
<strong>de</strong> largas trenzas <strong>de</strong>scoloridas y rostro melancólico.<br />
Carlier, minado por la fiebre, ya no fanfarroneaba<br />
y andaba tambaleándose con aire <strong>de</strong><br />
zozobra, añorando su antiguo regimiento. Se le<br />
había enronquecido la voz, se había vuelto sarcástico<br />
y le gustaba <strong>de</strong>cir cosas <strong>de</strong>sagradables.<br />
A esto llamaba "hablar con franqueza". Habían<br />
echado cuentas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muy atrás, <strong>de</strong>l tanto por<br />
ciento que les correspondía, sin excluir el último<br />
trato con "ese canalla <strong>de</strong> Makola". Resolvieron<br />
no <strong>de</strong>cir ni palabra <strong>de</strong> ello. Kayerts vacilaba al<br />
principio, por miedo al director.<br />
-Peores cosas ha visto con tranquilidad -opinó<br />
Carlier con una carcajada ronca-. Fíate <strong>de</strong><br />
él. Si sueltas la lengua, no te lo agra<strong>de</strong>cerá. No<br />
es mejor que tú y yo. Y si nosotros callamos y<br />
somos los únicos aquí, ¿quién hablará?<br />
En esto consistía el trastorno. Allí no había<br />
nadie, y, solos allí con su <strong>de</strong>bilidad, fueron volviéndose<br />
ambos <strong>de</strong> día en día más parecidos a<br />
dos cómplices que a un par <strong>de</strong> buenos amigos.<br />
Ocho meses atrás nada sabían <strong>de</strong> sus casas. Todas<br />
las noches <strong>de</strong>cían: "Mañana veremos el vapor."<br />
Pero uno <strong>de</strong> los vapores <strong>de</strong> la Compañía<br />
había naufragado y el director, pensando que la<br />
estación inútil y los dos hombres inútiles podían<br />
esperar, tenía ocupado el otro en la <strong>de</strong>scarga a<br />
estaciones muy distantes e importantes <strong>de</strong>l río<br />
principal. Entretanto, Kayerts y Carlier se alimentaban<br />
<strong>de</strong> arroz cocido sin sal, maldiciendo<br />
a la Compañía, al África entera y al mismísimo<br />
día en que nacieron. Hay que haber vivido a dieta<br />
semejante para compren<strong>de</strong>r qué horrible pue<strong>de</strong><br />
ser tragar un monótono solo alimento. Literalmente<br />
no había más que arroz en la estación,<br />
y el café lo tomaban sin azúcar. Solemnemente<br />
había Kayerts encerrado en su caja, con media<br />
botella <strong>de</strong> coñac, los quince últimos terrones<br />
"para caso <strong>de</strong> enfermedad", explicaba.<br />
Carlier lo aprobó.<br />
-Cuando se está enfermo -dijo-, siempre cae<br />
bien un extraordinario.<br />
Esperaban. Hierbas espesas empezaron a<br />
brotar en la cerca y la campana nunca sonaba.<br />
Los días pasaban silenciosos, exasperantes,<br />
lentos. Si hablaban, reñían, y sus silencios eran<br />
amargos, como teñidos por la hiél <strong>de</strong> sus pensamientos.<br />
Una vez, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> almorzar su arroz cocido,<br />
Carlier <strong>de</strong>jó su taza intacta y dijo:<br />
-¡Que me ahorquen! Tomemos una vez siquiera<br />
una taza <strong>de</strong> café <strong>de</strong>cente; ¿y ese azúcar,<br />
Kayerts?<br />
-Para los enfermos -murmuró Kayerts sin<br />
alzar los ojos.<br />
-Para los enfermos -remedó Carlier-; bueno,<br />
pues yo estoy enfermo.<br />
-No estás más enfermo que yo, y me voy<br />
-dijo Kayetrs en tono conciliador.<br />
-¡Ea, saca ese azúcar, tacaño negrero!<br />
Kayerts lo miró vivamente. Carlier se sonreía<br />
con insolencia. De pronto a Kayerts le pareció<br />
que nunca había visto a ese hombre. Se preguntó<br />
quién era, <strong>de</strong> qué sería capaz, y una llamarada<br />
<strong>de</strong> emoción violenta pasó por él, como si<br />
se hallara <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> algo extraño e inquietante.<br />
Pero se dominó para <strong>de</strong>cir con mesura:<br />
-Esa burla es <strong>de</strong> mal gusto. No la repitas.<br />
-¡Burla! -dijo Carlier saltando en su asiento-.<br />
¡Tengo hambre, estoy enfermo, y no me<br />
burlo! Aborrezco a los hipócritas como tú. ¡Negrero<br />
tú, negrero yo! No hay más que negreros<br />
en este maldito país. Hoy quiero azúcar en mi<br />
cafe, quieras o no.<br />
-Te prohibo que me hables así -dijo Kayerts,<br />
con voz resuelta.<br />
-¡Tú me...! ¿Cómo...? -vociferó Carlier, levantándose<br />
<strong>de</strong>l asiento.<br />
Carlier se puso también en pie.<br />
-Soy tu jefe -dijo, pero ahora le temblaba la<br />
voz.<br />
-¿Qué...? -gritó el otro-. ¿Mi jefe? Aquí no<br />
hay jefe. Aquí no hay más que tú y yo. ¡Trae ese<br />
azúcar, perro tripón!<br />
-Calla la lengua y sal <strong>de</strong> aquí. Estás <strong>de</strong>spedido,<br />
canalla.<br />
Carlier blandió una banqueta y <strong>de</strong> repente se<br />
vio amenazador <strong>de</strong> veras.