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LA ENFERMEDAD Y SUS METÁFORAS - eTableros

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en el Pacífico; D. H. Lawrence erró a través de medio globo. 2 Los románticos inventaron la<br />

invalidez como pretexto del ocio, y para hacer a un lado los deberes burgueses y poder<br />

vivir nada más que para su propio arte. Era un modo de retirarse del mundo sin asumir<br />

la responsabilidad de la decisión —la historia de La montaña mágica—. Habiendo dado sus<br />

exámenes y antes de emplearse en un astillero de Hamburgo, el joven Hans Castorp hace<br />

una visita de tres semanas a su primo tuberculoso, en el sanatorio de Davos. Antes de que<br />

Hans vuelva a «bajar», el médico le diagnostica una mancha en los pulmones. Se queda en<br />

la montaña durante los siete años siguientes.<br />

Legitimando tantos anhelos quizá subversivos, transformándolos en beaterías<br />

culturales, el mito de la tuberculosis pudo sobrevivir durante casi dos siglos a los<br />

embates de irrefutables experiencias humanas y de la acumulación de conocimientos<br />

médicos. Si bien es cierto que hubo alguna reacción contra el culto romántico de la<br />

enfermedad en la segunda mitad del siglo XIX, la tuberculosis retuvo casi todos sus<br />

atributos románticos —el ser signo de una naturaleza superior, el ser una fragilidad que<br />

le sienta a uno— hasta entrado el siglo XX. Sigue siendo la enfermedad del joven y<br />

sensible artista en Long Day's Journey into Night de O'Neill. Las cartas de Kafka son un<br />

compendio de especulaciones acerca del significado de la tuberculosis, así como La<br />

montaña mágica, publicada en 1924, año de la muerte de Kafka. Buena parte de lo que hay<br />

de irónico en La montaña mágica se debe a que el estólido burgués Hans Castorp contrae<br />

tuberculosis, enfermedad de artistas, porque la novela de Mann es un comentario tardío<br />

y premeditado sobre el mito de la tuberculosis. Pero en la novela se refleja otra vez el mito:<br />

la enfermedad refina, sí, el espíritu del burgués. Morir de tuberculosis seguía siendo<br />

misterioso y (con frecuencia) edificante, y siguió siéndolo hasta cuando ya casi nadie en<br />

Europa Occidental ni Norteamérica moría de ello. Si bien gracias a una higiene mejorada<br />

la frecuencia de esta enfermedad comenzó a caer verticalmente a partir de 1900, la<br />

mortalidad de quienes la contraían seguía siendo alta; el poder del mito sólo se disipó<br />

cuando se halló el tratamiento adecuado, con la estreptomicina en 1944 y la isoniacida en<br />

1952.<br />

Si resulta casi inconcebible que se haya tergiversado de manera tan<br />

descabellada la realidad de una dolencia tan espantosa, piénsese en otra distorsión,<br />

igualmente grave, en nuestra era, bajo la presión de la necesidad de expresar posturas<br />

románticas sobre el yo. El objeto de esta distorsión, por supuesto, no es el cáncer,<br />

enfermedad que nadie ha logrado adornar de embrujo (aunque cumple algunas de<br />

las funciones metafóricas que en el siglo XIX cumplía la tuberculosis). En el siglo XX la<br />

enfermedad repelente, desgarradora, que pasa por ser índice de una sensibilidad<br />

2 «Por una curiosa ironía», escribió Stevenson, «los sitios a que nos envían cuando la salud nos<br />

abandona, suelen ser singularmente bellos... (y) me atrevería a decir que el hombre enfermo no se halla muy<br />

desconsolado cuando se lo sentencia al destierro, y es propenso a no considerar su mala salud como el accidente<br />

menos afortunado de su vida.» Pero la experiencia de este destierro forzado, tal como prosigue describiéndola<br />

Stevenson, era algo menos agradable. El tuberculoso no puede gozar de su buena suerte: «el mundo ha<br />

perdido su encanto».<br />

Katherine Mansfield escribía: «Pareciera que paso la mitad de mi vida llegando a extraños hoteles... La<br />

extraña puerta se cierra tras la extraña, y me deslizo entonces entre las sábanas. A la espera de que surjan las<br />

sombras de los rincones para hilar su lenta, lenta trama sobre el Empapelado Más Feo del Mundo... Mi<br />

vecino de habitación tiene la misma queja. Cuando por la noche me despierto, lo oigo darse vueltas. Y<br />

entonces tose. Sigue en silencio y toso yo. Y vuelve él a toser. Y así sigue largo rato. Hasta que me da la<br />

sensación de que somos como dos gallos llamándonos uno al otro en un falso amanecer. Desde alejadas<br />

granjas escondidas».<br />

15<br />

http://www.scribd.com/users/Barricadas/document_collections

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